A BOLÍVAR EN SAN PEDRO ALEJANDRINO
A la pálida muerta de la noche
A LA TORRE DE PANAMÁ (LA ANTIGUA)
A mí, que soy el mensajero enfermo
A su reja llegué de amores ciego
A ti, todo bondad, valor, alteza
Adiós, año maldito. Cuando el día
¿Adónde vas en tu camino incierto?
¡Ah! los canes, los Zoilos, que en toda lidia
¡Ah, mi pobre cabeza, atormentada
¡Ah, pero ya comienza el edificio
¡Ah, pobre Madre mía idolatrada!
¡Ah, sus manos!... ¡Sus manos transparentes
¡Ah! yo como tú; también fui río
Al escuchar mi apóstrofe, dijiste
Al verte, Madre, entre los brazos presa
Albo de nieve el oso moscovita
Algo se muere en mí todos los días
Alzo los ojos y asombrado miro
Amad la muerte, amadla... Ella procura
Amplio y rugoso el bronce de su frente
Ante aquella pregunta tan extraña
ANTE EL CADÁVER DEL SABIO DOCTOR EMILIO ÁLVAREZ
«¿Aquí estás, a mis plantas, tembloroso
Arráncame los ojos cuando muera
¡Aún escucho el lastimero grito
Ávido el mar de poseer la tierra
¡Ay! ¿Cómo quieres que tu madre encuentre
¡Ay! cuántas noches rumorosas, bellas
Ayer, cuando en el alma me dejaba
Azul... azul... azul estaba el cielo
BAJO LA ZARPA PARA AURELIO DE CASTRO (con motivo de ¡Alto ahí, Poeta! de El Pueblo N.º 1071)
Bajo las morbideces de tu seno
Bañada en sangre la radiosa frente
Blanco velo que al mármol importuna
Cabellera de luz, frente de armiño
Cabizbajo el Señor, Gólgota arriba
Calló el mancebo; y, con la faz helada
Cantaba el ruiseñor su serenata
Catorce años tenía. Una vez vino
¡Cava, sí; cava más, sepulturero
¡Chispa infernal!... ¡Al fin eres hoguera!
Como acerado pez te hundes o sales
Como alumbra el relámpago la densa
Como cerros vibrantes, coronados de nieve
Como párpado inmenso, inmensa nube
Como un sol derretido, tu cabellera, en ondas
Como una águila fúnebre, fantástica y deforme
Con su clámide eterna de verdura
—Cóndor, huésped eterno de los Andes
COPLA [Julio Flórez]
Correcto en el vestido; por su semblante
Cortijo que en la ubérrima llanura
Cruzó como un relámpago el vacío
Cuando a la media noche me despierta
Cuando a tu ser me enlazo, me estremezco
Cuando bajo la comba de la nave
Cuando como un raudal, hecho gorjeo
Cuando el artista puso la vigorosa mano
Cuando el gran latrocinio, sin embozo
Cuando el último acorde de mi lira
Cuando el último soplo de la vida
Cuando en el casto vientre vi tus huellas
Cuando lejos, muy lejos, en hondos mares
Cuando llegué a tu fosa, madre mía
Cuando mi frente pálida se doble
Cuando murió mi madre idolatrada
Cuando se destrenzó tu cabellera
Cuando todos se alejaron de la blanca tumba aquella
Cuando tras de la noche, larga y fría
Cuando tú quebrantaste el juramento
Cuando vio las dos novias el labrador (sus hijas)
Cuando yo expire, a la empinada sierra
¡Cuántas vivas antorchas apagadas
Cuanto mi vista en derredor abarca
Cubrí de rosas su ataúd, de rosas
Cuentan que el pulpo, en la estación del celo
Cuentan que un rey, soberbio y corrompido
Cuerpo pequeño y frágil que los años
—Dame tu orgullo, a Serbia le dijiste
De cuando en cuando, un hálito de fuego
De la noche cuando llego a la muralla
De la pared la escala suspendida
De noche, bajo el cielo desolado
De noche, cuando voy al camposanto
De pie sobre la tumba de un suicida
De su lecho de púrpura se arranca
¡Déjeme admirar el que me admira
Del arenal calenturiento, sobre
Del infernal abismo, con estruendoso vuelo
Desbocado partió por entre el monte
Desde aquel día, refrené la amarga
Desde el prodigio de tus pies menudos
Deslumbra el sol en la mitad del cielo
Desnudo de traición, en pleno día
Después de aquel amor grande y profundo
Después de un lustro apenas cabizbajo
Después... ni el mar, ni el horizonte nuevo
Dicen que entre las tumbas del camposanto
Dijo la ola al murallón: —¡hermano
Dile al enterrador, que, cuando mueras
Dime: cuando en la noche taciturna
¿Dime: si tu mirada es un tesoro
¿Dios premia a los rebeldes? ¡Qué ironía!
Dobla el peso del agua, mientras llueve
DOLORES SÁNCHEZ diciembre de 1906, en Bogotá
Dormía. De la crisis en acecho
DOS AMARGURAS DE DISTINTA FUENTE
¡Duerme!... la garra del dolor artero
Duerme un viejo león en su guarida
¡El agua existe del estanque apenas
El cristal de la atmósfera se ahúma
El gran león azul, de alba melena
¡El gran manto de oro, el dúctil manto
El gran templo del orbe ya silente
El hombre engendra al hombre; da la vida
El Káiser asaltó tu territorio
Él mismo aró la tierra y extirpó la cizaña
El sol, desde el cénit, resplandeciente
El sol va a fenecer; su último lampo
El tiempo que se va siempre nos deja
El verso debe ser claro y sonoro
Él vivirá, porque tu amor, bien mío
Empaña la tristeza del pecado sus ojos
¿En dónde está tu redención? ¡Oh Cristo!
—¿En dónde estás, amigo? Te busco y no te encuentro
En el gran cementerio del olvido
En el islote de la azul laguna
En el lugar donde tu seno arranca
En el mar de la atmósfera de un cetáceo
En el nuevo jardín de mis amores
En el sucio rincón de una taberna
En la alta cumbre se abrillanta el hielo
En la lívida cara transparente
EN LA MUERTE DE LA SEÑORITA MARIA EUGENIA GÓMEZ BARBERI
En la penumbra, mística y opaca
En la viva esmeralda gigantesca
En las tardes brumosas del invierno
En los nudosos brazos de las encinas
En medio de los árboles mi casa
En mis sueños acercas tu semblante
En mis versos está toda mi vida
En tu melena, de la noche habita
EN UN BREVIARIO (A Fray Buenaventura García)
En un playón del bajo Magdalena
En una roca de la sierra umbría
Entre espinas y lágrimas, la rosa
Entre las hojas de laurel, marchitas
Entre lívidas nubes desgarradas
Era imposible detenerme; grave
Era su alma como el día, y era
Era toda inocencia ¡qué de asombro
Era una tarde, y sobre el verde prado
«Eres ¡oh, niña! nube esplendorosa
¿Eres un imposible? ¿Una quimera?
Es media noche. En medio del recinto
Es una tierra púber, una tierra
Esta noche ha soltado sus jaurías
Estaba el cielo inconsolable. El día
¡Estrellas que brilláis en las oscuras
¡Estrellas que me oís desde la obscura
«¡Estrellas que radiáis en las tranquilas
EVOCACIÓN DIVINA (A mi hija Divina)
EVOCANDO LA TERNURA DE LA MADRE
Existe un calabozo siempre oscuro
FIEBRES (Pizzicato para canto y piano. Arreglo del maestro Ignacio Afanador)
Fue en tiempo de borrascas, en una selva obscura
Fuente de inspiración para el aeda
Fulge del río el agua plañidera
Golpea el mar el casco del navío
Gracias te doy, hermano cariñoso
Guarda tu corazón cuando me vaya
Harto de hiel y de feroz inquina
Hay entre las tinieblas de mi vida
Hay una gruta, misteriosa y negra
—He de pasar—te dijo el soberano
He quemado las naves de mi gloria
Heme ya al fin desconsolado y solo
Hermosa y sana, en el pasado estío
¡Hoy que el mundo —la patria del poeta—
HOY VIVES DEL AYER (A Pedro Vélez Racero)
Hoy vives del ayer, hilos de plata
¡Humanidad misérrima! ¿Hasta cuándo
Hundí la yerta faz en mi pañuelo
Hundida hasta las cejas la corrosca
¡Huye la sombra! El pálido horizonte
Incomparable fuiste, por lo austero y lo sano
Jamás con mi recuerdo estarás sola
Job, el leproso formidable, hediondo
—¡Júrame por tu Dios que, mientras viva
La estrella que alumbró, como en un sueño
(La Madre) Ya no la quema de la fiebre el fuego
LA MUERTE DE JOSÉ ASUNCIÓN SILVA
La noche en espantoso paroxismo
La oración es azul, las oraciones
La ramera lloraba... y se reía
La última rosa en el jarrón expira
Laberinto de duelo y de negrura
Las flores con sus pétalos de raso
Las perlas te dieron la cándida albura que esplende en tu frente y tus manos
Lástima que mi estrofa a ti descienda
Le dijo el alto cielo al mar profundo
Lejos de las paredes envejecidas
Llegué... Una noche recibí una carta
Llevas lumbre purísima en el alma
Llora el hombre... y llora y llora
Lloró cuando le dije: «¡adiós mi vida!»
Llueve... y un ciego canta un canto triste
Lo mismo es el recuerdo qu'el olvido
¡Loor eterno a ti, varón ilustre
Los amigos dijéronme: —¿Qué tienes?
Los neutrales... ¿con qué dignas razones
Los redondos capullos de su seno
Luego... apoyó la escultural cabeza
Luego me dijo: «Aun cuando mi alma anhele
Machacaba una bruja, en un mortero
—Madre—le dije—el fardo de la vida
¡Manos que en el crespón de la tiniebla
Mariposa te llaman, no por hermosa
Matador de cristianos sempiterno
Me dices que me quieres y que me adoras
Me miran los hombres y exclaman: ¿qué tienes?
Me parece que aún su voz resuena
¿Me preguntas por qué mi verso es rudo?
¿Me quieres?... ¡Que tu acento me lo diga
Mil veces me engañó; más de mil veces
Muerde, pasión horrible... muerde, clava
¡Muéstrame, oh noche negra, tu tesoro
Nace el hombre, y llora y llora
Naciste en fresco bosque y yo en playas desiertas
Nada he visto tan negro como esta noche... nada
Ni falso amigo ni mujer liviana
No diste oídos a la audaz jauría
¡No dudes más de mí! Yo sé que lloras
No es la «neutralidad» lo que detiene
No hay miedo en sombra para el hombre fuerte
No los soñó mejores Praxiteles
No me culpes a mí: culpa al infame
No me hables esta noche; sólo ansío
No os enorgullezcáis, niñas hermosas
No, retira esa droga, que no luche
No te he visto jamás y te sospecho
Nosotros los cansados de la vida
Nuestro barco en las ondinas se perdía
Nuevo David, ante el Goliat moderno
Nunca mayor quietud se vio en la muerte
OCASO Y ORTO (vistos desde El Morro)
Oculta entre los árboles, mi casa
¡Oh, Dios! ¿Satán te vence? Ángel eterno
¡Oh mar, tú me consuelas y me abismas
¡Oh, mi ciudad querida! hoy tan lejana
¡Oh, noche inolvidable! ¡Oh, noche mía
¡Oh sol! Mágico guía que arrastras por el cielo
¡Oh, tú, la más hermosa de todas las mujeres!
¡Oh tú que en gradación eterna y muda
¡Oh, viejo mar azul! —trágico amigo
Oigo el silencio. En las tinieblas flota
Ojos en que la noche ha detenido
Ojos indefinibles, ojos grandes
Oye: bajo las ruinas de mis pasiones
Oye: cuando en las sombras del vacío
Oye la historia que contome un día
¡Oye!... mientras respire el pecho mío
Oye tus ojos tan profundas huellas
—¿Oyes? La lluvia cae. Tengo frío
Para no darme cuenta de la vida
Pasan los colibríes por los vergeles
Pensaba en ti, desventurado Bécquer
Por cima de las olas amargas del Caribe
Por hacerte sufrir, ángel de hielo
¿Por qué hiciste, Señor —¡oye mi queja!—
¿POR QUÉ? (Romanza para canto y piano. Letra de Julio Flórez. Música de Emilio Murillo)
—¿Por qué te pones pálido?—me dijo
Porque al ver a la virgen, desvalida
Porque tú, sin cambiar el derrotero
Preguntaba una noche entristecido
¡Pueblo de atletas! El hercúleo cuello
Puesto que somos trece, dijo alguno
¿Qué aguardas, noble Iberia, que no acudes
¿Qué es la luna menguante? La herradura
¿Qué ha menester de tiempo y de cultivo
¿Qué hiciste de tus ígneos anatemas?
¿Qué labio hay que no mienta? —me decía
Qué sola estás en la candente orilla
¡Que suba el humo azul de mi incensario
Quema mi cuerpo cuando el beso frío
Riega el alba al nacer todo el tesoro
Rígido ya, sobre su blanco lecho
Rodé a sus plantas y exclamé: —¡lo juro!—
Ruge el mar, y se encrespa y se agiganta
¡Salta el rayo en la nube! Alfanje de oro
SALUD (A Julia Fernández Rubio)
Sangriento el sol corona la alta cumbre
Sentado en una piedra del camino
Si como pira sin cesar chispea
Si Dios me permitiese ¡oh dulce anhelo!
Si el mundo me brindara, en este día
Si en la sorda contienda de la vida
Si otro fue el hombre que sorbió en el vaso
Si supierais con qué piedad os miro
Si todos fueran como tú, si al menos
Si yo pudiera desgarrar la oscura
Siempre aturdido, entre el tumulto ignaro
Siempre miraba soñolienta y fría
Siempre se emborrachaba y se dormía
Sientes el alfiler que te atraviesa
Sin arrugar el bronce de tu frente
Solo, como un espectro por el mundo
Solo y huraño y mudo peregrino
Solos: la playa, el mar; sola una estrella
Soñolienta después de la velada
Soy un pájaro lírico. Yo estuve
Su pupila brilló como una brasa
Su pupila, que embriaga y centellea
Surge el rayo y la muda sombra argenta
Sus lágrimas de amor —esencia pura
Sus ojos se entornaron; sobre los blancos hielos
Sus pies... Una mañana en que la aurora
Tac... tac... tac..., grita el hacha en la espesura
También te fuiste, hermana, como un jirón de niebla
¡Tantas injurias y agresiones tantas
Tanto me odias, me aborreces tanto
Tanto quiero dormir, cuando el infierno
¿Te acuerdas? Una tarde me dijiste
Te di el perdón y te alargué mi mano
Terriblemente pálida, a tu lecho
Todas las embriagueces de la vida
Todas las noches, al dormirme, suelo
Todavía el dolor ara su frente
Todo nos llega tarde, —hasta la muerte
Toma mi cuerpo, madre, te lo entrego
Tornaste más bella que un sol de verano
Trepaba el dulce Redentor, la cumbre
Triste fatalidad; se pierde un hombre
Tú caíste por buena, no por mala
Tú no sabes amar; ¿acaso intentas
Tu recuerdo me punza y me da gloria
Tú sí que sabes arrancar del fondo
Tú sí tienes pudor: has puesto el hierro
—«Tus manos son dos lirios»— le decía
Tuyo es el porvenir, pueblo de atletas
Un ave es el olvido: ave que arranca
Un cielo tan azul y un sol tan bello
Un inmenso arenal; dunas desiertas
Un sol blanco de octubre, un sol de hielo
Una inmensa agua gris, inmóvil, muerta
Una tarde, una tarde sorprendila
Una vez, acerqueme, compungido
Va cayendo, cayendo en el abismo
Ved ese roble que abatir no pudo
Venció la fiera. El despotismo entonces
Veo como a través de un esmeralda
¿Ves esa linfa que triscando rueda
¿Ves esa vieja escuálida y horrible?
¿Ves ese roble que abatir no pudo
Vestida de blanco la vi en la mañana
¡Vibras, rayo! La muerte va contigo
Vive bajo las ondas del arroyuelo
Y aquel amigo me contó tu historia
Y bien: ¡qué importan los cielos azules
Y, como no sabes lo que es miedo
Y el amor también muere, me decía
Y en esa duda me revuelvo gimo
¡Y en un eterno abrazo confundidos
Y fue la lucha de la sombra inmensa
Y he vuelto, ¡sí! La ola de la suerte
Y llegué a mi aposento. De la orgía
¿Y los ojos? Son ánforas repletas
Y me senté en carro de la sombra
¡Y no temblé al mirarla! El tiempo había
Y penetramos en el bosque, mudos
Y te fuiste también, ensueño vano
Y temblaste ante el pueblo mejicano
Ya cediendo su campo a las estrellas
Ya descuelga la noche sus cortinas
Ya no entonan los pardos ruiseñores
Ya no puedo reír. Cuando en el pecho
Ya poco o nada de mis glorias queda
¡Ya verás tras la fiebre que me abrasa
Yo quisiera ser una golondrina
Yo sé que no me entiendes; que es en vano
Yo sé que te fastidia mi presencia
Yo soy como esas olas gigantescas
Yo suelo abandonarme en largas horas
Yo vivo encadenado a tu hermosura
Yo tengo como el mar horas serenas