EL PRISIONERO
Existe un calabozo siempre oscuro
y en él un prisionero que golpea
con mano ardiente el inflexible muro.
Cual si tuviera músculos de hierro,
prosigue infatigable su tarea
de romper las murallas de su encierro.
Allí nació: su cuna es también fosa;
bajo las sombras atrevidas lucha,
tiembla y no se fatiga ni reposa.
Cuando la muerte cierra nuestros ojos,
sucumbe al fin, aunque jamás escucha
voz de guardián ni ruido de cerrojos.
El pecho es ese oscuro calabozo;
el corazón... el triste prisionero
que engendra entre suspiros el sollozo.
Cuando el hombre vacila y se derrumba
él da el último golpe lastimero
bajo la helada losa de su tumba.
Julio Flórez