A ELLA
No diste oídos a la audaz jauría
que me acusó rugiente despiadada;
¡No... tu amoroso corazón sabía
que era inocente yo!... ¡Todo era nada!
Mientras más el escándalo crecía
y era más insolente la algarada.
Llena de indignación, con labio yerto,
solo tú murmuraste: ¡no!... ¡no es cierto!
Julio Flórez