ADIÓS A LA CIUDAD
Ni falso amigo ni mujer liviana
cerca de mí. No más la enredadera
y el roble rico de vejez lozana
son y serán mi amigo y compañera.
Lejos del miasma, en vértigo inefable,
del monte aspiro el tropical perfume
y, águila enferma en jaula miserable,
mi espíritu las alas desentume.
Al fin, bajo el magnífico frondaje
de la selva sonora y florecida,
hallé la paz, aunque al rendir el viaje,
porque por un contraste de la suerte
hoy, que por vez primera amo la vida,
es cuando está acercándose la muerte.
Cerré todas las puertas a los vicios,
abandoné las roncas bacanales
y hui de los perversos precipicios
lanzándome a regiones inmortales.
Ya no canto ese canto atormentado
que abrió en mi corazón surco tan hondo,
tan hondo que aunque a verlo me he asomado,
nunca le he visto, al asomarme, el fondo.
Hoy mi canto es más puro, es más sereno,
porque es ahora mi pensar más sano;
canto en la soledad a pulmón pleno
y aunque en el monte estoy, no canto en vano:
Me aplaude arriba con su salva el trueno
y abajo con su trueno el océano.
Julio Flórez