¡DIOS MÍO!
¿Por qué hiciste, Señor —¡oye mi queja!—
al tigre que, famélico, del risco
abrupto baja al sosegado aprisco
a hundir su garra en la apacible oveja?
¿Por qué, Señor, creaste la serpiente
que oculta en un recodo del camino
hinca en el descuidado peregrino
su largo, agudo y venenoso diente?
¡Ah, todo puede ser... pero, Dios mío!
¿Por qué formaste al hombre, ese sombrío
ser más feroz que el tigre y la serpiente;
como él junta al instinto de la fiera?
¡La reflexión, sobre el planeta impera,
refina el mal y lo hace omnipotente!
Julio Flórez