MARTA
XVII
Después... ni el mar, ni el horizonte nuevo,
ni la atmósfera azul, ni la espumante
onda con su rumor, ni el ave errante,
ni las puestas purpúreas del rey Febo,
la dulce imagen que en el alma llevo,
lograron alejar un solo instante.
¡Cuán tardó el tiempo! En mi impaciencia amante,
¡una hora, era un siglo! ¡Un día, un evo!
Cuando alguna piadosa golondrina,
cruzaba, alegre, la extensión marina,
quizás en busca de su antiguo alero,
yo le decía: —¡escucha, ave sagrada!...
si, al volver a tu hogar, ves a mi amada,
¡dile que sufro... y que por ella muero!
Julio Flórez