MARTA
XVI
Hundí la yerta faz en mi pañuelo,
y, embozado en su trágica negrura,
me acompañó a llorar mi desventura,
¡con sus frígidas lágrimas, el cielo!
De tal modo, invadiome el desconsuelo,
que me sentí morir... y, en mi amargura,
pensé que era una errante sepultura
el tren, que hacía retemblar el suelo.
Cerré entonces los ojos para verla
mejor aún en mi interior. El día,
¡llegó anegado en su fulgor de perla!
y, el radiar de mi llanto en los raudales,
pude ver que, conmigo, el alba fría,
¡lloraba del vagón en los cristales!
Julio Flórez