CIV
Cuando se destrenzó tu cabellera
como un manojo de áspides sombríos,
y entre tus labios húmedos y fríos
se hundió mi boca por la vez primera,
sentí en el alma renacer la hoguera
de mis locos y ardientes desvarios;
y al perdonar tus bárbaros desvíos,
olvidé tus infamias de ramera.
Al roce de tu carne sonrosada,
crespa saltó la sangre entre mis venas
con el ímpetu audaz de la cascada.
Y en horas de calor y éxtasis llenas,
a la luz de tu fúlgida mirada,
vi deshojarse el árbol de mis penas.
Julio Flórez