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XLVI

En la lívida cara transparente,
del cadáver de aquella niña hermosa,
clavó un gusano el invisible diente;
y el glotón comió tanto noche y día,
piel y carne sabrosa,
que en la fosa de aquella halló su fosa...
pues murió de una fuerte apopejía.
Y hay quien me cuenta que al morir decía:
—Mujeres, no adoréis vuestra hermosura.
Vuestros encantos son fulgores vanos.
No olvidéis que en la hueca sepultura,
con vuestra carne, alabastrina y dura,
se revientan de gordos los gusanos.



Julio Flórez


«Gotas de ajenjo» (1910)

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