ALTAS TERNURAS
IV
—¡Júrame por tu Dios que, mientras viva
yo, no te matarás! ¡Júralo, hijo!—
mi Madre, estremeciéndose, me dijo;
y se quedó un instante pensativa.
Después, con una voz más compasiva,
continuó: —solamente eso te exijo;
luego... puedes matarte, que, de fijo,
no será tu alma de Satán cautiva!
Porque habré de pedir con tanto celo,
al Supremo Hacedor, después de muerta,
que te perdone, que obtendré mi anhelo.
Y, cuando expires, estaré yo alerta,
para adornar, a tu llegada, el cielo,
¡porque Dios mismo te abrirá la puerta!
Julio Flórez