¡CALLA!
En el gran cementerio del olvido,
cavé una fosa y la enterré; la yerba
nació allí y ha crecido,
y hoy, más que nunca, su verdor conserva;
no arranques esa yerba; no hagas ruido.
Pudiera despertarse la que un día
me dío acíbar y miel, luto y consuelo,
desengaño y amor, paz y alegría
y esperanza y desdén: infierno y cielo.
Puede estar esperándome, y al verme
puede hablar de perdón, y entonces... ¡Calla!
No hablemos más, porque si acaso duerme
y se despierta, romperá la valla
y volveré adorarla... y a perderme.
No, no escarbes la tierra d'esa fosa:
pueden estar abiertos
sus párpados... y pálida y llorosa...
¡No! Retira tu mano cariñosa:
los muertos d'esas tumbas... no están muertos.
Julio Flórez