ALONDRA
Cuando como un raudal, hecho gorjeo,
se deslizó tu voz por tu garganta,
cerré los ojos, vaciló mi planta
y presa fui de celestial mareo.
Tu canción, digna del divino Orfeo,
me inundó el corazón de dicha santa:
canción doliente, de dulzura tanta,
que oírla aún entre mis sombras creo.
Las notas, en miríficas escalas,
sacudieron sus alas armoniosas,
(porque todas tus notas... ¡tienen alas!)
Y huyeron, como mariposas,
dejando, en el ambiente de las salas,
algo así... como un hálito de rosas.
Julio Flórez