XCIX
Machacaba una bruja, en un mortero,
una noche muy triste y muy sombría,
a la luz azulosa de un brasero,
un cráneo sucio, que aunque viejo... ¡hedía!
—¿Qué estás haciendo ahí, bruja
dañina?—
le pregunté, venciendo mis temores.
—Unos polvos —gruñó—, la medicina
que suelo propinar a los traidores.
Y agregó: No hay mejor medicamento
para curarlos de sus males... ¿dudas?
—¿Y ese cráneo? —exclamé— y en el momento:
—Es de un traidor —me respondió— ¡de Judas!
Julio Flórez