XLIII
Entre legajos de papel roídos,
de mi baúl en el revuelto fondo,
donde duermen mis versos, arrugados
por mis pálidos dedos temblorosos;
guardo una crencha de cabellos rubios,
cual de rayos de sol luengo manojo:
resto de la hermosura de esa pérfida,
de esa infame que aún vive y adoro;
de esa mujer que hoy canta en las orgías,
al aire suelta la melena de oro,
y ebria y casi desnuda se revuelca
del negro vicio entre el inmundo lodo.
¡Ah, mi buen Dios! Responde estas preguntas
que voy a hacerte; escucha —hablo de hinojos:—
di, ¿por qué despreciamos a los ángeles?
¿por qué nos gustan tanto los demonios?
Julio Flórez