XL
Cuando acabó el ateo,
con su frase vibrante y atrevida,
de eliminar a Dios... dijo: —No creo
en ese ser injusto.
Y, enseguida,
nos habló de sus penas.
La ancha frente
inclinó melancólico y sombrío...
y exclamó, distraído, de repente:
—¡Qué infeliz soy... Dios mío!
Julio Flórez