LXXV
Todas las embriagueces de la vida
me invaden, como nunca, en este instante:
¡Qué hermosa estás así, desfallecida
sobre mi corazón agonizante!
La palidez inunda tu semblante,
mientras tu boca que a libar convida,
se abre a mi beso cínico y quemante,
como ante el golpe del puñal... la herida.
Cierras los ojos, tiemblas, balbuceas
frases incoherentes que no acierto
a descifrar; se ofuscan mis ideas...
Huye el mundo... la luz, ¡todo!... Despierto,
y tú, Amor —ave mística— aleteas
y huyes dejando el corazón desierto!
Julio Flórez