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REGRESO Y ADIÓS A LA CIUDAD

Vengo de la montaña.
Retorno al fin a la ciudad querida,
mas con un hierro en la sangrienta entraña,
donde el pájaro amor canta y se anida;
dejé allá, muy adentro, una cabaña,
un gotear de perlas y una herida.

¡Traigo el cerebro henchido de visiones,
vengo oloroso a virginal maraña
y a tierra removida!
Vuelvo como me fui, sin ambiciones,
aunque con menos vida,
más viejo sí, ¡pero con más canciones!

Ved mi rostro azotado por los vientos
y ardido por el sol. ¡Mirad, hermanos,
hoy mis ojos están más soñolientos,
y más duras, más ásperas, mis manos!
Pavor dando a los rudos campesinos
he desbocado mi corcel a veces
por los largos caminos
que eternizan las curvas de sus eses;
y hemos vuelto de noche sin ruido,
por entre sombra y bruma,
cual dos fantasmas: ¡yo, despavorido,
y él cubierto de espuma!
Sudoroso, anhelante, he perseguido
al ciervo en sus alígeras carreras,
he estrangulado al crótalo, he vencido
cara a cara a las fieras.

¡A los golpes del hacha
he derribado, bajo el sol furente
y bajo el brusco soplo de la racha,
el árbol y he sembrado la simiente!
He descubierto muchos horizontes,
muchas playas risueñas,
y he ascendido a las cumbres de cien montes
y he escalado las rocas de mil breñas,
y viendo siempre mi esperanza trunca
he descendido al mar, y sus riberas
he recorrido en solitarias rondas
sin fatigarme nunca,
nunca jamás, lo mismo que sus ondas!

¡Todo por si podía,
castigando mi carne, dar reposo
a las tormentas de la mente mía!
¡Con qué placer exterminar quería
mis sueños y mis ansias de coloso!

A la montaña fui porque creía
que del mal de pensar me curaría,
que bajo el árbol corpulento y bajo
la selvática frescura
de la fosca espesura
el material trabajo
iba a matar la cerebral tortura.

A la montaña fui porque creía
que al recobrar mi fe me postraría
como el gañán, sin el dolor siniestro,
para decir uncioso: «¡Ave María!»
y, con las manos juntas: «¡Padre Nuestro!»

¡Inútil todo. El hado
en cada sitio, en cada día,
entre mis labios reventó la estrofa,
desfloró su rosal la poesía!

Mi alma rebelde que a la fe resiste,
vio a través de las cuencas de su alvéolo
la tierra más feraz... ¡pero más triste!
El cielo más azul... ¡pero más solo!

Una nueva ansiedad de aturdimiento
de mi monte profundo,
de mi senda escondida,
arráncame hoy... y errante como el viento
en busca de la tierra prometida
¡otra vez voy a recorrer el mundo!
Adiós... No sé si volveré mañana,
harto otra vez de la mentira humana.
Ignoro las supremas decisiones
de la suerte en mi próxima partida;
mas, si llego a tornar a estas regiones,
será con mucha menos vida,
más viejo sí... ¡pero con más canciones!



Julio Flórez


«Oro y ébano» (1925)

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