XXVII
Siempre miraba soñolienta y fría,
con la cabeza hundida entre las manos,
las estrofas de amor que le escribía;
más ya se la comieron los gusanos...
Y aunque fue siempre bella,
hoy que nadie, tal vez, se acuerde de ella,
se acuerdan de mis versos todavía.
Julio Flórez