XLVIII
Después de aquel amor grande y profundo,
yo la olvidé… ¡mas ay! que el bien perdido
me ama en silencio aún, aunque iracundo
su corazón se duele de mi olvido.
Y ahora, al verme con el alma helada
y muda, de la vida en el estruendo
se ríe como yo... ¡desventurada!
Se ríe... sí, ¡pero se está muriendo!
Julio Flórez