HORAS EN LA SELVA
I
Con su clámide eterna de verdura
surge en la nebulosa lontananza,
henchida de silencio la llanura
como una melancólica esperanza.
Triunfa el sol en el cielo. Hay un derroche
de júbilo en la gran naturaleza.
Dejó a su paso la enjoyada noche
un temblor diamantino en la maleza.
Canta un turpial. La selva entumecida
inciensa y se reanima hacia el inerte
tronco entre su corteza carcomida.
¡Ay, quién pudiera contrariar la suerte!
¡Ser flor y perfumar toda la vida;
ser pájaro y trinar hasta la muerte!
II
Reverbera el calor; el sol abrasa
a través del azul. Arde la tierra;
ni ave, ni nube por el cielo pasa,
ni insecto, ni aura por los campos yerra.
Un olor penetrante de resinas
cubre la selva en invisibles ondas,
y suben de breñales y colinas
los revueltos efluvios de las frondas.
Y mientras en la trémula maraña
las fieras se persiguen y se ayuntan,
se oye en el corazón de la montaña:
El eterno glo-glo de alguna fuente,
el chas chas de las hojas que se juntan
y el cantar de la tórtola doliente.
III
Es la tarde: vestida está de gala;
en su manto de púrpura se emboza,
y por el éter prístino resbala
como una reina en su triunfal carroza.
Maga de los colores, a su paso
tornasola y argenta la llanura;
abre pozos de sangre en el ocaso
y alza incendios de oro en la espesura.
Y en tanto que del lívido horizonte
llega el eco letal de la campana
que anuncia la oración, hay en el monte
un estremecimiento, es que desgrana
sus notas un cantar: es el sinsonte
que está diciendo al sol ¡hasta mañana!
IV
Un largo hacinamiento de cenizas
cubre el cielo oriental; es como una
capa de plomo: ráfagas rojizas
bórranse en el azul. Viene la luna.
El blancor sonrosado de sus huellas
préndese a los picachos de las cumbres
y hay una vasta floración de estrellas
naufragando en los oros de sus lumbres.
Muy arriba, en el monte, ladra un perro;
retumba el mar abajo, muy abajo,
mientras la luna en célico derroche
alza su corvo alfanje sobre un cerro
y corta al asomar, de un solo tajo,
la cetrina melena de la noche.
Julio Flórez