ALTAS TERNURAS
I
Una vez, acerqueme, compungido,
a mi madre —mi Madre fue una santa
que pasó por el mundo; bondad tanta,
que en otro corazón, no he conocido—.
Valor le iba a pedir, consuelo, olvido
para seguir viviendo. En mi garganta
se anudaba la voz. Ella, con cuanta
piedad oyó mi acento dolorido.
Le iba a mostrar el mar de mi tristeza;
la roca de mi duda; la maleza
agresiva y hostil de mi fastidio;
¡A pedirle de amor una mirada
que, al radiar en mi senda desolada,
me apartase del antro del suicidio!
Julio Flórez