A bautizarse acuden las gentes al Jordán.
Al pasar por la calle, cae una mariposa
Ansia de estar un día en un puente de mando
CLOTILDE, EN LA MUJER POBRE DE LEÓN BLOY
Colegio del Estado. Primer Grado Inferior
¡Cómo insiste Khayyam con los muertos! ¡La arcilla!
CONFIANZA EN LA PROVIDENCIA DE DIOS
Dan ritmo a la faena los trozos musicales
DE LA SEGUNDA VENIDA DE CRISTO
Dentro todo es silencio y sombra todavía
Detrás de mis paredes, feliz a mi manera
Dijiste: “Mar de vidrio”, Señor, y es lo que quiero
Dos de la madrugada. En trémula zozobra
Durante aquella hora, quien se halle en el terrado
El cambista sostiene minúscula balanza
El cambista y su mujer (Quentin Metsys)
En el entusiasmo del dulce embeleco
En tiempos de las hadas y de la hechicería...
Entre un romper de olas descubro el monumento
Es la mansión de ayer, la de la infancia mía
Estoy sola, Señor, y hay mucha gente en torno
He querido morir, Señor, pero he vivido
He querido querer, Señor, y no he podido
Id por camino estrecho que lleva a puerta angosta
Juntas, bajo el cristal, amoroso capricho
“La única tristeza”—insinúa Clotilde—
Las madres las hicieron miles de Blancanieves
Llévame nubecita a lo alto contigo
Lo he meditado mucho, Señor, aunque no espero
¡Madre!, clama en voz queda mi ferviente mensaje
Madre: cuéntame un cuento de ésos que se relatan
Madre, ¿puedo pintar la luna de escarlata?
Mírate en el espejo que tu imagen proyecta
No comprendes, amor, cuál es mi sentimiento
No es suficiente dar, ni dar con alegría
No he sido nunca linda —tal vez quise ser alta—
No levantes la voz; el niño está dormido
No os acongojéis por falta de comida
No son años la vida, sólo rápidas horas
No tendrá Buenos Aires un río de cobalto
No trates de llevarme al mundo de los sabios
¡Panadero con pan! ¡Panadero sin pan!
Para evitar que el hombre en el mundo se hastíe
Porque si tú no velas, vendré como ladrón
Preséntase San Goar y suspende la capa
Que esta noche me duerma bajo un manto de olvido
Que me traspasen dardos: no habré de defenderme
Quedó abrazada al muro, amante, la glicina
¿Quién habló de que un día hubiera de perderte?
¡Quién volviese a tener, para que nos cubriera
Quisiera estar de acuerdo con la ley de la vida
Quisiera saber, madre, de San Marcos y el león
Resultará forzoso el cruel alejamiento
Se lo ha llevado el viento, esa mano de olvido
Señor, quiero ser yo, y sólo con lo mío
Señor, siempre te veo con los ojos de niña
Siempre desde abajo pudimos mirarle
Sin saber que es domingo, ruidoso día de fiesta
Tan sólo cinco panes, tenemos, y dos peces
Tengo miedo, Señor, pero no de la noche
Un castillo de arena. Lleno el foso de espuma
Ven, madre, a descansar de todos tus trabajos
¿Y esta melancolía? ¿Por qué tanto abandono
¿Y si Dios no existiese? ¿Si todo feneciera
Ya no sé qué decirte, Señor: lo he dicho todo
Ya no sé qué pensar de mi propia existencia
Yo me pregunto, madre: ¿No se gasta la pila
Yo quisiera quererte como antes te quería