CONFIDENCIAS DE AMOR
a Rafael de Diego
I
La mecedora de la abuela
acunó mis años de infancia,
horas del arrorró y «La Pájara Pinta»;
después a su compás el corazón joven leyó los poetas,
y al andar del tiempo, con llanto y canciones,
me sorprendió en sus brazos, del amor, la dolencia.
II
Estás lejos, amor: te cubre el follaje;
la maleza de la distancia impide que te vea
y no puedo oírte —sólo ruidos de pájaros
al despertar la aurora escucho—,
pero, más allá, tu voz amorosa suena
y me penetra para que sueñe contigo.
III
Esta es mi reja, amor, y estas son mis cadenas,
hechas con las horas, los días y los años—
mi existencia cruel por lo que te he querido,
ungida al deber en el tiempo sin límites.
Esta es mi reja, obligación de ser lo que soy,
aunque haya hojas más verdes temblando de rocío.
Aquí te espero siempre hasta un día que nunca llegará,
ese día de silencio que une a todos los que se aman;
y repito tu nombre aunque nadie me oiga,
imaginándome que me besas los párpados.
IV
Estoy sola en mi cuarto y bendigo el crepúsculo
cuyas sombras atenúan las cosas.
Apenas, lejos, una luz se enciende
y cubro con mis dedos los ojos fatigados.
¿Dónde estarás ahora, amor?
¡Cuánto, tú solo, me sostendrías consolándome!
(Cruel me sacude el timbre del teléfono.)
V
¡Corazón! No sabes cómo ha cambiado todo
desde aquellos días de los antiguos tiempos.
El cuarto perdió su tinte
al rayar de la aurora, aquel de cuando iba a verte.
Y ahora, al leer, mi mente se extravía. ¿A quién
contarle nada?
En vano aspiro la fragancia del aire:
mi piel no huele a alhucema,
ese aroma que al irte me quedaba en las manos.
VI
Me he habituado a no verte pero no me resigno;
evoco tu figura, una sombra,
y al cerrar los ojos te oigo llamándome,
y me aprietas las manos que te tiendo
y las pones sobre las sienes para que sienta así tus latidos:
mientras, me sumerjo en tu mirada
y mi alma se queda en ti.
VII
Para estar tranquila he de sentirte vivir;
a pesar de todo, quiero saber que vives,
ajeno a mis dolores y a mi desconsuelo.
Y aunque lejos, distante, respirando otro clima,
mi espíritu adivinará trémulo
el hálito de tu alma en el espacio.
Y pensaré: «¡Dios mío, él existe!»
VIII
Cada día despierto: «¡Hoy vendrá!», dice el alma,
mas la noche me encuentra en soledad perenne.
IX
Ya sé que no me quieres... mas no me apesadumbra;
el amor no es perdido, lo absorben otras almas.
Aunque a distancia, corazones amantes
recibirán la herencia tal vez de mi cariño.
Tú mismo, sin saberlo, el día que declares
los hechos que marcaron jalones en tu vida,
en un postrer esfuerzo para que Dios te escuche,
dirás por vez primera: «¡Señor, ella me quiso!»,
y sonriente el Señor habrá de perdonarte.
X
Aunque no me quisiste, te ofrezco mi ternura.
Todo suena distinto al correr de los años;
tal vez un día escuches en cálida nostalgia
el eco de una voz que te cantara siempre.
Allá en los altos árboles anunciaba la alondra,
la calidez del sol estirada en los campos,
el frescor de los frutos en cestas rebosantes,
los centelleantes trigos, espigas de oro.
No me quisiste, amor; no importa
cómo vibraba entera el alma enamorada,
ni que —alumbrando el camino del posible retorno—
esperaran cien lámparas en la cerrada noche.
Pero no me quisiste en horas de sazón;
hoy queda mi ternura declinando en el tiempo.
XI
Entonces, como en los cuentos:
«Fueron felices...» Pero tú no estarás,
tampoco estaré yo, que nos habremos ido;
miraremos los hijos desde una lejana estrella
y ellos serán dichosos, pues nuestro sufrimiento
les habrá deparado, de Dios, las gracias.
XII
Tal el antiguo cuento: «La Reina de las Nieves»;
a cada flor pregunto: «¿Dónde estará...?»
«¿Alguien lo vio pasar...?» Y contestan campánulas
que no le vieron nunca por el azul cercado.
Dios bendiga al errante, a quien espero
con aroma a alhucema para el abrazo.
XIII
Un día has de volver... ¡Dios mío! ¿Será tarde?
Y he de recibirte con júbilo.
Tan lejos los ayeres parecerán irreales,
sueños de niño en feérica tierra.
Será un país distinto, de habitaciones altas,
jardines colgantes y vidrierías.
Allí nuestras imágenes se mirarán de frente
y —nuevas a los ojos— aparecerán nítidas.
Tú vendrás a mi encuentro sin palabras.
Y acaso un ave
—como en las primaveras de ayer—
cante, amor mío.
Marilina Rébora
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Incluido en No me llames poeta. Albora, Buenos Aires, 2001. I.S.B.N. 987-988-72-0-4.