BLANCA PIEDRECITA
Lo he meditado mucho, Señor, aunque no espero
visión de corcel blanco o de espada en tu boca,
estrella o mar de vidrio —ni menos, candelero—:
quiero de Ti otra gracia y mi labio la invoca.
Quiero sí un nuevo nombre: el que nadie conoce,
únicamente sólo aquel que lo recibe,
para perfeccionar en infinito goce
lo que apenas el alma en sus ansias concibe.
Un nuevo nombre escrito en blanca piedrecita.
«¿Cuál será?», me pregunto. Inútil responderme
pues lo susurra sólo el ángel que visita
las almas que Tú eliges para esta recompensa.
(Mientras se cumple el término, el espíritu aduerme
y la mente imagina, discurre, trama, piensa...)
Marilina Rébora
Apocalipsis:
6, 2 Y miré, y he aquí un caballo blanco: y el que estaba sentado encima de él, tenía un arco; y le fue dada una corona, y salió victorioso, para que también venciese.
1, 16 ... y de su boca salía una espada aguda de dos filos.
2, 28 Y le daré la estrella de la mañana.
4, 6 Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante
al cristal...
1, 12, 13 ... y vuelto, vi siete candeleros de oro; y en medio de los
siete candeleros, uno semejante al Hijo del hombre...
1, 20 El misterio de las siete estrellas que has visto en mi diestra, y los siete candeleros de oro. Las siete estrellas son los ángeles de las siete iglesias, y los siete candeleros que has visto son las siete
iglesias.
2, 17 ... Al que venciere... y le daré una piedrecita blanca, y en la piedrecita un nombre nuevo escrito, el cual ninguno conoce sino aquel que lo recibe.
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Incluido en No me llames poeta. Albora, Buenos Aires, 2001. I.S.B.N. 987-988-72-0-4.