LA VEJEZ ANACREÓNTICA
¡Oh jóvenes amigas! El anciano
os ama y os requiere.
Mi alma evoca
aquel tiempo feliz, en que la mano
firme acercaba el ánfora a mi boca.
Débil mi diestra ya, su licor vierte
la vacilante copa: entre el sombrío
follaje de mi barba así se advierte
la gota de licor, que al fin se abruma
y cae como gota de rocío,
resbalando por cálices de espuma...
Pero aún puedo refrescar en vino
el caluroso labio, aún atino
a libar el licor, que se derrama
por mis débiles nervios, a manera
que por las fibras de vetusta rama
un soplo animador de primavera.
¡Ay de mí, que no alcanzo mayor gloria,
por más que el fuego del licor me exalta
a disputarle a Venus la victoria:
yo tengo vino, pero amor me falta!...
¡Oh jóvenes amigas! Pronta muerte
ha de torcer el huso de mi suerte;
mas ha de ser en el festín risueño,
cuando sobre la boca del abismo
bate sus alas fementido ensueño:
así veréis, al uno y otro lado,
rodar súbitamente, a un tiempo mismo,
el vaso roto, el cuerpo inanimado.
Nada en la muerte repulsión me inspira.
Cuando yo muera, el canto de mi lira
ha de turbar, con música de besos,
la soledad de vuestra paz nocturna;
y, hechos ceniza, mis dolientes huesos
recinto buscarán que los merezca,
para dormir el sueño del arcano:
así tal vez la cineraria urna,
por sus gentiles formas, os parezca
la copa del festín que alza mi mano...
¡Oh jóvenes amigas! Ya que inerme,
tras riente embriaguez halla el anciano
plácido sueño de profunda calma,
¡la urna es copa en que la carne duerme,
la copa es urna en que reposa el alma!...
José Santos Chocano