LA VEJEZ ANACREÓNTICA
(A D. Marcelino Menéndez y Pelayo)
¡Oh jóvenes amigas! El anciano
os ama y os requiere.
Mi alma evoca
aquel tiempo feliz, en que la mano
firme acercaba el ánfora a mi boca;
y en que, tras los festines ya deshechos,
y entre el revoloteo de Cupido,
improvisaba pecadores lechos
cual ave que hace en cualquier rama un nido...
Ya que infausta vejez ha quebrantado
las alas de mi amor, sólo me resta
herir la lira con el plectro mío,
y arrullar, con acento regalado,
el abandono, tras alegre fiesta,
con que duerme el placer sueños de hastío.
Débil mi diestra ya, su licor vierte
la vacilante copa: entre el sombrío
follaje de mi barba así se advierte
la gota de licor, que al fin se abruma
y cae como gota de rocío,
resbalando por cálices de espuma...
Pero aún puedo refrescar en vino
el caluroso labio, aún atino
a libar el licor, que se derrama
por mis débiles nervios, a manera
que por las fibras de vetusta rama
un soplo animador de primavera.
¡Ay de mí, que no alcanzo mayor gloria,
por más que el fuego del licor me exalta
a disputarle a Venus la victoria:
yo tengo vino, pero amor me falta!...
¡Oh jóvenes amigas! Vuestro encanto
se diría el tapiz de una pradera,
que, cual piadosa máscara, cubriera
la macilenta faz de mi quebranto...
Derramad la flotante cabellera
sobre mis limpias canas, dad al aire
el beso del amor, tañid la flauta
de arrulladores tonos, tejed luego
la viva danza de sensual donaire;
y ya veréis que de mi lira incauta
se escaparán las cláusulas de fuego...
Y os hablaré de amor; vuestros oídos
se habrán de regalar con mis acentos,
que, sumando el ardor de mis sentidos,
inflamarán el alma de los vientos.
Cantando así me dormiré en mi canto,
y soñaré cantar vuestra hermosura:
¡y me amaréis! Por misterioso encanto,
el poeta al hablar se transfigura.
Bajo la palidez de mis cabellos,
simulará mi frente luminosa
nieve que besa el sol con sus destellos,
cual si fuera con ósculos de rosa...
¡Ay de mí, que, perdidos los vigores,
siento el dolor de las marchitas flores,
que ayer, engalanadas de alegría,
dieron al aire sus perfumes vanos,
y hoy son desprecio hasta de aquellas manos
que las ajaron sin piedad un día!...
Mas ¿qué he de hacer? ¡Oh jóvenes amadas!
dejaos al fin acariciar siquiera...
Tal el avaro que cegó, ya a solas
no goza recreando sus miradas
en el tesoro, que a su vista era
un mar inmenso de lucientes olas;
pero sí goza con el tacto, hundiendo
sus temblorosas manos entre el oro,
y goza del metal entre el estruendo
con el alegre retintín sonoro...
¡Oh jóvenes amigas! Pronta muerte
ha de torcer el huso de mi suerte;
mas ha de ser en el festín risueño,
cuando sobre la boca del abismo
bate sus alas fementido ensueño:
así veréis, al uno y otro lado,
rodar súbitamente, a un tiempo mismo,
el vaso roto, el cuerpo inanimado.
Nada en la muerte repulsión me inspira.
Cuando yo muera, el canto de mi lira
ha de turbar, con música de besos,
la soledad de vuestra paz nocturna;
y, hechos ceniza, mis dolientes huesos
recinto buscarán que los merezca,
para dormir el sueño del arcano:
así tal vez la cineraria urna,
por sus gentiles formas, os parezca
la copa del festín que alza mi mano...
¡Oh jóvenes amigas! Ya que inerme,
tras riente embriaguez halla el anciano
plácido sueño de profunda calma,
¡la urna es copa en que la carne duerme,
la copa es urna en que reposa el alma!...
José Santos Chocano