VIII
EL FIN DE LA VIDA
Fue flor que al árbol arrancó el granizo
y luego en tierra el sol la vio, despojo,
entre el polvo rodar por el rastrojo
del viento al albedrío tornadizo.
Mantillo al fin la oscura flor se hizo
al pie escondido de espinoso tojo
y en el transcurso de un ocaso rojo
la enterro vil gusano. De su hechizo
quedó libre el perfume, lo que aspira
hacia el cielo inmortal, templo de calma
en que no hay ni granizo ni mentira;
que es el cuerpo algo más que vil enjalma
de la mente; para el canto es lira,
y es el fin de la vida hacerse un alma.
Bilbao, IX-1910.
Miguel de Unamuno