ONOMÁSTICO
Aunque Paris no soy, por más que vivo
tras un hato de ovejas, ya que adoro
tu hermosura de Venus, pensativo
busco un regalo para ti y altivo
mandote un cesto de manzanas de oro.
Altivo, sí, me siento en mi ventura;
porque son mis manzanas de aquel huerto
de que saliera el premio a la hermosura,
que Venus alcanzó: Venus no ha muerto,
desde que triunfas sobre tantas bellas;
pero yo no te ofrezco en mi locura
una manzana, sino un cesto de ellas!
Acepta, tú, mis fervorosas preces,
ya que, en el culto del regalo mío,
te he proclamado Venus tantas veces
cuantas son las manzanas que te envío!
Desque asi me seduce tu hermosura,
sírvate de simbólico presente
la fruta de amor, que en los altares
de tus nupcias, quizás, con la blancura
de la pureza, tejerá en tu frente
primaveral corona de azahares...
Es la fruta nupcial la que te envío,
no es la fruta malsana,
que ofreció en el edén árbol impío
para desdicha de la especie humana.
Newton vivió ignorante de la vida:
nunca mordió la bíblica manzana;
¡y descubrió la ley de su caída!...
Es la manzana, de las carnes frescas
en áureo esluche, la que acaso siente
todas mis ariibiciones lomancescas,
a la presión de tu atílado diente:
rasga la piel y pide a su desnuda
carne después el jugo que te sacia,
como se sacia mi ardorosa duda
con los agridulzores de tu gracia...
Es un pretexto mi regalo en suma
para poderte regalar de paso
el alma entre ios versos de mi pluma,
que apenas corre en el papel, acaso
porque la idea de tu amor la abruma;
y ya que su manzana te daría
Venus también, disipa tus enojos
Y acaba de leer la carta mía,
¡Si no la quema el fuego de tus ojos!...
1899.
José Santos Chocano