EL VERSO FUTURO
A Leopoldo Lugones y Ricardo Jaimes Freyre
Las luchas de la palabra con la idea —son las luchas del músculo con el nervio—: salta el ritmo en chispazos — como
toques de incendio, — cuando empieza la eterna batalla — del Numen con el Verso.
¿Para qué hacer jardines — de árboles enfilados y serios, —cual guiando la mano con que escribe —la Natura las
páginas de sus bosques soberbios? —¿Para qué el artificio, —si lo espontáneo es bello? —Surja el ritmo en la
estrofa como surge —en las nubes, en las olas, en los vientos, —en la gira orbital de los mundos celestes, —en la curva solemne de las aves
en vuelo. —en los monologantes excelsiores de los ríos, —en el galope alado de los huracanes negros.
Las estrofas libres, —[en que el arte nuevo —rompe la losa de los santos sepulcros, —para hacer orgiásticas copas de los
cráneos secos] —no son las procustales —noches insomnes de ajustado lecho...
Todas las lluvias se embriagan en sus generosas flores, —todas las aves tienen ramas para posar su vuelo!
Tétricas son y nefastas —las formas fantásticas de su aspecto; —pero en su fondo caben el amor libre, —el dolor libre y el libre ensueño...
Árboles simulan —las estrofas libérrimas, que el plectro —traza como un delirio sobre las sombras: —a manera de haces de
árboles de invierno, —atados con la cuerda de oro de la horca —de un suspiro largo, con nudo de besos...
Árboles que sufren; —con sabrosas frutas de verreno; —con
flores de ambrosía que soñara Jove —para los banquetes de sus tedios; —con raíces negras, como las serpientes —de los
fabulosos pecados edénicos; —con ramas retorcidas, —como los brazos de los condenados dantescos; —con hojas afiladas, como lenguas
de insulto; —y con nidos de abrojos, como corazones huecos. —Tal las estrofas, que simulan, —sobre los promontorios del pensamiento,
—teoría selvática de fantasmas de sangre —con sus enmarañadas cabelleras de duelo.
Ven, tú, la bien amada musa, —la musa de los amores extraterrenos; —ven, a enseñar tus cantos cristalinos —como
cristales ahumados por un hálito de infierno; —ven, a dormir tus siestas —de olímpico abandono que gusta blandos lechos;
—ven a romper el grito de tus protestas—en sodómico diluvio de fuego; —ven, a llorar tus penas incognocidas —con sollozos obscuros
de difíciles ecos, —aquí, bajo la copa del árbol,—que impone su nueva vida sobre los campos viejos, —traspasando los lindes con las
raíces— y con las ramas interrogancio al cielo, —a manera de una gráfica y sonora —Primavera del Verso!
¡Oh haz de estrofas libres! —resumen de los triunfos estéticos.—signo de las américas del arte, — número de los anarquismos del
ensueño, —simula el árbol de las prohibidas frutas —en el Paraíso del Amor, (dúo eterno). —Los que comáis sus frutas
envenenadas —seréis más grandes que los dioses viejos; —y si la espada de los exterminios —les arroja y se clava a las puertas del Verso,
—tendréis siempre la esperanza del futuro Mesías, —hijo de un dios y descendiente vuestro!...
1898.
José Santos Chocano