EL SERMÓN DE LA MONTAÑA
A Rubén Darío
Mustio y enflaquecido por la fiebre,
Cristo va con su caña de viajero
y sus vagos ensueños del pesebre...
Cristo va, paso a paso, en su grandeza,
con su rostro de pálido lucero
envuelto en una nube de tristeza;
y lo sigue la turba hipnotizada;
y él marcha y marcha, pisoteando lodo,
clavando en las alturas la mirada:
¡tiene la enfermedad de verlo todo,
sacando muchos mundos de la nada!...
Mustio y enflaquecido por la fiebre,
Cristo va con su caña de viajero
y sus vagos ensueños del pesebre...
¿Qué voz extraña es esa; tan extraña
que remeda el crujido de los huesos
y el ciclópeo temblor de la montaña?...
¿Qué timbres de expresión tan tierna o ruda
son esos timbres que en variados giros
tienen huracanadas de entusiasmo
con aglomeraciones de suspiros?
¿Qué expresión exaltada
es esa de calor, que zumba, y gira
y se agranda, y retiembla, y se hace nada?
¡Es Cristo que habla! El rostro, amoratado;
la sien, radiante; la pupila, inmensa;
y la mano, convulsa, en el cayado...
Habla y habla, y su voz estalla y zumba,
y parece, al vibrar, la voz de un muerto
que predica en el fondo de su tumba...
¿Qué voz extraña es esa; tan extraña
que remeda el crujido de los huesos
y el ciclópeo temblor de la montaña?...
Cristo habla de pobreza y de esperanza,
mientras da con acento tremebundo
una lección de gloria y de venganza...
Tendido el brazo, en actitud grandiosa,
sobrehumano, profético, soberbio,
habla Cristo, y la luz salta y rebosa;
y en su frase con hálito de rosa
como oculto reptil se enrosca el nervio...
Habla a la multitud y el rayo lanza
sobre el hombre que va meditabundo
estudiando el por qué de la esperanza;
y le da con acento tremebundo
una lección de gloria y de venganza..
«Alza la frente, pensador profundo:
—exclama el Redentor, con voz de abismo—,
palpa la realidad, conoce el mundo
y olvídate a menudo de ti mismo...
Cuídate sólo de estampar buen rastro;
y abre los ojos; no confundas torpe
mariposas y avispas...
¡Crees tener en el cerebro un astro
y sólo tienes un montón de chispas!
Vive como una máquina, que apenas
la idea fija en el cerebro zumba,
se sienten convulsiones de cadenas
y se mira la boca de una tumba...
»Infeliz quien de todo desespere:
ten esperanza, y el por qué no indagues...
Mira ese cielo, y tiende el vuelo...
Piensa que la materia es lo que muere:
el cuerpo es polvo; ¡pero el alma es cielo!
»¡Oh ilusión! ¿Quién penetra hasta el
abismo
y a decir sale lo que ha visto luego?
Ten, pensador, confianza de ti mismo:
y ocúpate tan sólo de la herida
que abre en el alma este destino ciego,
y que te encona esta mundana suerte:
¡absorto ante el problema de la vida
no hagas por resolver el de la muerte!...
No veas el futuro, ve el presente
que es sombrío también, ábrete paso...
La sombra aglomerándose en mi frente,
espantada retiembla y se confunde,
al golpe seco de la luz interna
que brota, vibra rápida y se hunde;
y al ver tanto misterio que me asombra,
siento que mi retina se estremece
con las palpitaciones de la sombra!...
»Amo el misterio. En el misterio se halla
la génesis de todo. Ante el misterio
el sabio pensador medita y calla;
y hoy que este mundo de pavor se puebla,
quiero arrojar mi idea como sonda
a las profundidades de la niebla...
Mas yo no callaré. ¡Sabed, hermanos,
que mi voz es relámpago y azote
para cruzar espaldas de tiranos...
Yo de la sombra sacaré la lumbre,
y de la nada sacaré el abismo,
y del abismo sacaré la cumbre!
»¡Oh, déspotas, temblad! Mi voz de mando
será ley en la inmensa muchedumbre,
que ha de ser libre o morirá luchando...
¡Oíd, pues, oíd! ¡Mi idea es fuego,
y como fuego entreabre con sus toques
hasta los ojos lóbregos del ciego!
»Yo, que en círculo estrecho os miro a tantos,
medito en vuestras ansias de riqueza
y en vuestra decepción y en vuestros llantos;
y al sentir el ardor de vuestras ansias
pugnando en la pobreza,
con fantástico sueño siento un mundo
que gira alrededor de mi cabeza.
¡Oh, la igualdad! Hermanos, ¿no habéis visto
al sol vertiendo rayos sobre todos?
Así alumbra también el Dios del Cristo;
por eso nivelados en grandeza,
tenéis, ante este mundo, igual derecho
de recibir el Sol sobre la frente
que de tener a Dios bajo del pecho!...
Tal vez, aunque me oís, entrar no puedo
en vuestro corazón; tal vez la brega
deseáis trabar y os contenéis con miedo;
y me asesinareis con ansia impura
sin poder comprenderme! Sois esclavos,
porque esclavos os hizo la Natura;
y si es preciso que mi sangre corra,
corra también y no respete nada:
la sangre limpia y borra...
»Yo quiero predicar esta doctrina,
porque si ella naufraga hoy en mi sangre
mañana surgirá tras de la noche,
cual la luz de las almas matutina
que tras la obscuridad desata el broche...
Yo predica igualdad; porque sin ella,
en el altar no resplandece el ara,
ni en el cielo la estrella;
porque sin ella la conciencia es lodo,
la gloria de la vida es un sarcasmo
y hasta el nombre de Dios se hace un apodo!
»Sin igualdad no hay luz. ¿De qué ha servido
que le hayan dado al pájaro derecho
a construir en cualquier campo un nido,
si el hombre con sus siervos y sus reyes,
no obedece al impulso de su pecho
sino al mandato de infernales leyes?
¡El todo para el todo! El mundo todo
es de la Humanidad; y ella, en conjunto,
sola, a sí misma, gobernarse debe:
que obedezca a un impulso y no a un tormento.
¡La hoja que cae y la hoja que se mueve
no obedecen a otra hoja, sino al viento!
¡Oh, los pobres! El reino de la gloria
les pertenece. El que ha cargado yugo
tiene ya su tormento en la memoria...
¡Oh, los pobres! Los pobres que sin jugo
comen el frío pan en su trabajo,
son felices allá... ¡Mirad la altura!
¡Oh, qué gloria es vivir hecho un mendrugo!
¡Oh, qué gloria es vivir hecho un andrajo!
»Porque rompiendo con la vida impura,
los hijos del dolor se santifican
cuando toman olor de sepultura!...
»Crucificadme, ¿y bien? ¿Yo hablo al presente?
No: yo hablo al porvenir. La igualdad sacra
será el ideal de la futura gente...
Crucificadme, ¿y bien? Hoy sigo hablando
siempre con rigidez, siempre con calma;
y miro el porvenir; y arrojo el verbo
a las neblinas lóbregas del alma!
Yo, el hijo del humilde carpintero,
sentí latir debajo de la frente
algo así como el alma de un lucero;
y os hablé de pobreza y de esperanza,
y si os quedó semilla en la cabeza,
regadía con anhelos de grandeza,
¡que es semilla de gloria y de venganza!...»
...Y golpeó con la planta los abrojos,
y sacudió la temblorosa mano,
pegó los labios y entornó los ojos...
Y luego se alejó mirando el cielo,
tratando de olvidarse de lo humano,
resbalándose apenas sobre el suelo,
mustio y enflaquecido por la fiebre,
siempre lánguido y siempre con su caña
y sus vagos ensueños de pesebre...
Y la palabra aguda y balbuciente
del triste enamorado del vacío,
esparció su fulgor en cada frente;
y entonces irradió sobre ese Pueblo,
entre ígneos lauros y lumíneas palmas,
¡la santa comunión de los principios,
la eterna eucaristía de las almas!...
José Santos Chocano