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LA ÚLTIMA IMPRECACIÓN

Callo, porque mi grito no se escucha
por las sordas y torpes multitudes;
callo, porque las ansias de la lucha
ceden a las pueriles inquietudes;
callo, porque un Scévola no brota
que hunda la mano en las heroicas brasas;
callo, porque en la atmósfera no flota
el beso enorme que se dan las masas...

Yo prediqué la unión; y el yugo infame
pudo más. Y la plebe que hoy se engríe
la propia mano que la hiere lame,
y en tomo del buey Apis danza y ríe,
buscando al trovador de frase tierna;
y olvidando al poeta que apostrofa,
que lanza al verbo de la rabia eterna,
que apunta al vil la amartillada estrofa.

En vano, en vano, con augusto vuelo,
rasgó las nubes la canción del vate,
adivinando desde el alto ciclo
los primeros hervores del combate;
en vano, en vano con el mismo anhelo
que hoy también entre mi alma hierve y late,
pensé un instante abandonar el suelo,
para verter mi soberana lumbre
con pródigo deseo y amplia mano,
y mirar triunfador desde la cumbre
tanto lodo social y escombro humano...

En vano pensé un día — y aún perturba
mi alma ese pensamiento soberano— ,
sobrenadar en la exaltada turba
que ahogase entre sus olas al tirano;
en vano quise quebrantar el yugo,
y hablarle del divino Victor Hugo
al dolorido Pueblo... ¡En vano, en vano!...

Truene mi última y bélica palabra;
y que al oírIa, enternecido y triste,
el Pueblo redentor sus brazos abra...
Debe oírse mi voz hoy que ya invoco
la sombra del silencio: óigase el canto
que lanza el cisne enfurecido y loco,
como grito de su último quebranto...

¡Y que el Pueblo brutal no encoja el hombro
al oír de la lucha el grito santo,
con que quiero romper la imbécil calma,
entre tanto dolor y tanto escombro,
y entre tantos inválidos del alma!

Pero... ¡oh tirano! el mismo
hosco, terrible y justiciero vate
que hoy reniega del Pueblo, y que al abismo
se lanza en su caballo de combate
no se olvida de ti.
                                Mi rudo canto
ha de zumbar constante entre tu oído,
como la nota eterna del quebranto
de este pueblo que tú has escarnecido,
que tú has escarnecido tanto y tanto...
Callo; pero insultado habrás de oírte
por mi dura canción resucitada,
que ha de tronar hasta que caigas muerto:
como terco fantasma he de seguirte,
y he de seguirte como un ojo abierto...

Y deseara que hubiera
otra vida no más, para que fuera
eterna esta canción que en mi alma zumba;
¡sí, que hubiera otra vida solamente
para poderte odiar desde ultratumba!

Yo volveré a entonar otras canciones
cuando el pueblo sacuda su marasmo
y bala a todo viento sus pendones;
cuando brille el puñal y triunfe Bruto;
cuando se alce el cadalso victorioso;
cuando se abra la flor y salga el fruto:
pero hoy, Pueblo, te encuentras arrastrado
a los pies de ese déspota, que ansía
resucitar los dramas del pasado,
para incrustarlos en el nuevo día...
Yo, que sobre la cruz me siento fijo,
cuando el dolor mi corazón taladre,
diré lo que Jesús muriendo dijo:
— ¡Oh, Tirano, ve al Pueblo; ese es tu hijo!
¡Oh, Pueblo, ve al Tirano; ese es tu padre!

autógrafo

José Santos Chocano


«Iras santas» (1895)

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