EL RINCÓN NATIVO
Hermosa sí lo eras pero ruín y turbia.
Y te invoqué de lejos cuando me preguntaron,
llorándote perdida, y te rogué, sumiso
amante que ya teme leteos en la noche,
y espera el abandono y es el ascua del celo
como garra de cólera, adunco sacre torvo
que el corazón rasgara goteante en balajes.
Bella sí y deseada. Pero yo te hice mía
y te muré en diamante, lapidario que talla
en boato palabras para aderezo tuyo,
sabiendo de tus urnas caducas de soberbia,
de tus lúbricas ovas ahogando linfas claras.
Mas en el duro jaspe se inscriben nuestros nombres,
para siempre, nupciales, los vínculos esdrújulos,
mientras te yergues fría y desnuda en la almena
de aquel excelso muro.
Pablo García Baena