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MEDINACELI

Ya en las alcándaras de Medinaceli no se posa el halcón
ni cantan los gallos en los corrales del amanecer,
aunque el pueblo está alto en los cielos,
en la montaña que vigila el día.
No, no resuena en los valles el tambor de la aceifa.

Temprano abren las tiendas,
las clarisas entornan su postigo de cuarterones
y los confites, la mantequilla dulce de Soria
—dulce niña Leonor—,
las roscas de molledo candeal,
se exponen al dudoso mercadeo.
Tapiales derruidos, muros
que la ternura nueva del parral o la yedra
sostiene de blasones,
el honor del lobo y de las torres, los besantes y el roble
son lengua muerta, heráldica,
ya la descifra sólo Julio Aumente.
El profeta feroz y vociferante cuya boca es de horno,
el poeta de la barba roja,
se acordó un día de Medinaceli,
antes de que la usura de los bárbaros
lo encerrara en la jaula,
ave de altanería con las alas quebradas.
El pueblo grabó en piedra sus palabras, su nombre.


autógrafo

Pablo García Baena


«Los Campos Elíseos» (2006)

Voz: Pablo García Baena Voz: Pablo García Baena


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