VIII
SADUCEÍSMO
...¡y la vida perdurable, amén!
Dobla tu frente, triste saduceo,
contempla el polvo, que es tu fuente; y mira
que con la torre de Babel el cielo
no has de romper, y que la vida toda
no es sino embuste si no hay otra allende.
¿Qué es el progreso que empezó aquel día
de rojo ocaso, en que la espada ardiente
del ángel del Señor brilló a la puerta
del paraíso? Di, ¿qué es el progreso
si, hojas que secas Aquilón arrastra,
van nuestras almas a abonar la tierra
donde aguardando la segur el árbol
de la vida sombrea a nuestra muerte?
¿A qué saber, si la conciencia al borde Eclesiastés II, 15-16.
de la nada matriz no espera nada
más que saber? Di, ¿dónde están las olas
que gimiendo en la playa se sumieron?
¿Y aquellas otras que al confín hinchándose
con sus espumas anegar querían
a las estrellas? Di, ¿qué es lo que dura?
Sé que preguntas, saduceo triste, Marcos XII, 18-27.
con risa amarga, qué mujer tendremos
después de muertos. Dime, mas de vivos
¿qué vida es ésta si esperamos sólo
a lo que sea cuando no seamos?
Quiebra tu envidia, triste saduceo;
deja que la esperanza nos aduerma,
y en nuestros labios al postrer suspiro
muera del Credo la postrera ráfaga.
¡Y tú, Cristo que sueñas, sueño mío,
deja que mi alma, dormida en tus brazos,
venza la vida soñándose Tú!
Miguel de Unamuno