XI
DESNUDEZ
Con velo de mantillas te mostraste
al nacer. Tú, la vida, a los pastores,
rendido sobre el tronco del pesebre
cuando sonó el ejército del cielo Lucas II, 14.
Gloria y paz; mas ahora, ya desnudo
y sobre el tronco de la cruz, deslumbras
al Sol, que su fulgor ante Ti apaga,
Luna de Dios, y a tu mudez responde
la del orbe. Porqu eres Tú la vida Juan I, 4.
para los hombres luz, y así al morirte
se quedaron a oscuras; mas tu muerte
fue oscuridad de incendio, fue tiniebla
de amor abrasadora, en que latía
de la resurrección la luz. Corona
tu desencarnación y cumplimiento
de la obediencia que encarnarte hiciera.
«Yo soy la esclava del Señor—tu madre Lucas I, 38.
dijo sumisa—, según tu palabra
que se haga en mí»; y a su obediencia el Padre
rendido, la Palabra que es la Vida
hizo alumbrar en cuerpo a los vivientes
y le envolvió de carne en los pañales.
Y al ir a muerte esa Palabra dijo:
«¡Se haga tu voluntad, y no la mía!»; Lucas XXII, 42.
y al desnudarte, Luna del espíritu,
la oscuridad eterna quedó en cueros.
Es tu cuerpo desnudo la Palabra, 1 Pedro II, 2.
la leche racional y sin engaño;
pues que no le hay en el desnudo cuerpo.
No Te avergüenzas Tú de presentarte Génesis II, 25; III, 10.
en carne ante tu Padre. Adán de susto
se huyó de ante el Señor cuando se viera
frente a su cara en cueros. Fue la ciencia
de su desnudo el vengador espejo.
Cuando el pecado les abrió los ojos, Génesis III, 7.
desnudos conociéndose, zurcieron
con hojas de la higuera delantales.
Dónde meter su miedo Adán no supo
Dios al llamarle: «¡Adán!»; pero nosotros
sabemos ya esconderlo en buen seguro
tras tu inocente desnudez. Nos limpia
su resplandor la mancha del pecado, Romanos VII, 23-24.
que a su blancor se borra. Ya desnudo
vuelves al Padre como de Él saliste;
por la ley del espíritu tus miembros
se rigen, y tu cuerpo sin mancilla
lo es de vida. Dejas que se repartan Mateo XXVII, 35.
guerreros tus vestidos, que a ese leño
te han sujetado: vestirán tus ropas,
mas no tu desnudez, que es la que salva.
Y como flor de desnudez corona
tu cabeza la henchida cabellera
de nazareno, ¡tu blazon! Revista
tu desnudez, Señor, sobrevestido
de nuestra muerte, ¡y que la vida lleve
lo que en nosotros es aún mortal!
Miguel de Unamuno