X
TORMENTA
Negro está el cielo, negro tormentoso
—puso el abismo Dios sobre la tierra—, Ezequiel XXVI, 19.
y el corazón, como la tierra seco,
de sed transido, alégrase husmeando
diluvios que le calen; no le arredra
que arrasen chaparrones los follajes,
que en mangas de agua se desplome el cielo;
que estalladas las fuentes del abismo, Génesis VII, 11.
y abiertas las ventanas de la altura,
se hinchen las aguas sobre las montañas;
que torrentes de fango repentinos
arrastren pobres reses agarradas,
o descuajados árboles; a barro,
no a polvo, quiere el corazón se huela,
y que el Señor resida en el diluvio.
Las cascadas del negro cielo barren
tu cuerpo y nos le limpian de su sangre,
y el corazón se empapa con el agua
lustral de la galerna de tu muerte.
Cuando de sed morimos, danos, Cristo,
vendaval de aguas negras que nos calen
el tuétano del alma; mas no muera
de sed el corazón aunque lo arrase
la tormenta: le ha de arrancar a túrdigas
la costra de la podre del pecado,
dejandole desnudo, en roca viva.
Tal es su sed, anhelo de encontrarse
desnudo, en viva roca, cara a cara
del sol desnudo, y por el agua pena
que del mundo de tierra le despoje.
Y están tus sendas en las muchas aguas, Salmo LXXVI, 20.
Padre de Cristo; el mar es tu camino.
¡Roca de mar el corazón nos vuelve,
desnuda roca que las olas batan,
y escaldes y deslumbres desde el cielo
con tus desenvainados rayos, Sol!
Miguel de Unamuno