III
EL MAR
El mar, trémulo espejo de los ojos
del Señor, primer cuna de la vida;
el mar, desnudo siempre y jadeante
—sobre su frente azul, sin surco humano,
reciente aún de Dios el primer beso—,
tañendo en blancas lenguas en los bordes
con que el Carmelo Palestina alfombra,
brizó tu ultimo sueño con su cántico
—pregunta eternal sin respuesta—, el mismo
con que primero a Adán, cuando soñara
su carne heñida en flor y al despertarse
le sonreía la mujer desnuda.
Plañía el mar tu muerte plañidero,
desgrando sus olas sollozante,
mientras tu pecho, de piedad océano,
quedo cual tierra se quedó. Pedía
tu cruz, en que poder llevar al hombre
allende nuestras dos columnas de Hércules,
a donde desde el cielo le esperaba
la Cruz del Sur, y de tu madre al cuello
con el collar de perlas de tu sangre
ciñéndola en redondo colocarla.
«¿Por qué?», rugía el mar; hasta que viendo
a tu Padre poner sobre los cielos
—su cabeza—la cruz y en ella al hombre,
razón de lo creado, fue aplacándose, Mateo VIII, 26.
cual del pastor que le acaricia y nutre
bajo la mano próvida el mastín.
Miguel de Unamuno