II
Se consumó
Marcos XV, 37; Juan XIX, 3.
«¡Se consumó!», gritaste con rugido Apocalipsis XIV, 2.
cual de mil cataratas, voz de trueno
como la de un ejército en combate Ezequiel I, 24.
—Tú a muerte con la muerte—; y tu alarido,
de Alejandría espiritual, la nueva
soberbia Jericó de los paganos, Josué VI.
la de palmeras del saber helénico,
derrocó las murallas, y de Roma
las poternas te abrió. Siguiose místico
silencio sin linderos, cual si el aire
contigo hubiese muerto, y nueva música
surgió, sin son terreno, en las entrañas
del cielo aborrascado por el luto
de tu pasión. Y del madero triste
de tu cruz en el arpa, como cuerdas
con tendones y de músculos tendidos
al tormento, tus miembros exhalaban,
al toque del dolor—amor sin freno—,
la canción triunfadora de la vida.
¡Se consumó! ¡Por fin, murió la Muerte!
Solo quedaste con tu Padre—solo
de cara a Ti—, mezclasteis las miradas
—del cielo y de tus ojos los azules—
y al sollozar la inmensidad, su pecho,
tembló el mar sin orillas y sin fondo
del Espíritu, y Dios sintiéndose hombre,
gustó la muerte, soledad divina.
Quiso sentir lo que es morir tu Padre,
y sin la Creación viose un momento
cuando doblando tu cabeza diste
al resuello de Dios tu aliento humano.
¡A tu postrer gemido respondía
sólo a lo lejos el piadoso mar!
Miguel de Unamuno