XXXIII
BARCO
Sólo la cruz respaldo, el tronco errante
donde sujeto vas, el árbol muerto,
sin raíces, sin hojas y sin fruto,
armadía al azar de los abismos
de la tierra y del cielo inacabables,
santo madero en que navega el alma
tendida entre las dos eternidades.
Al mar dormido de la luz—tinieblas—
su recia cabecera sacudiendo
como la cuña de una proa, espuma
de rastro esplendoroso—estrellas—alza,
y rómpense las olas en sus brazos
donde las almas sollozando penas
van a abrigarse. Y se despliega enorme
sobre ella el otro mar, el mar del cielo,
negro y también sin fondo y sin orillas,
y allá donde se besan ambos mares,
donde descansa cuanto vive: ¡el Sol!
Miguel de Unamuno