REFLEXIONES AL TENER QUE DEJAR UN LUGAR DE RETIRO
De Samuel Taylor Coleridge
Sermoni propriora.
Horacio.
¡Nuestro lindo cortijo era muy bajo!
Subía hasta alcanzar a la ventana
la rosa más talluda. A media noche
podíamos oír en el silencio
y a la tarde, y al alba, en tono lánguido
el murmullo del mar. Al aire libre
nuestros mirtos abiertos florecían;
los jazmines espesos se abrazaban
a lo largo del porche, y el paisaje
verde y tupido refrescaba al ojo.
¡Era un rincón que merecía el nombre
de valle del Retiro! En él vi un día
(santificando en calma su domingo)
que divagaba un rico comerciante
ciudadano de Bristowa; fingime
que la sed de oro inútil le calmaba
con más cuerdo sentir, porque parose
a mirar registrando todo en torno
con tristor placentero, y su mirada
fijose en el cortijo, y que de nuevo
volvía a registrarlo y sollozaba
diciendo que era aquel lugar bendito;
y benditos quedamos. Con frecuencia
con oído paciente atento escucho
de la invisible alondra la alta nota
(invisible, o tan sólo en un momento
feliz viendo brillar al sol sus alas)
y «tal» —digo yo entonces— «es el canto
que brota de la dicha sin estorbo...
¡no terrenal concierto! sólo oído
cuando a escuchar el alma se apercibe,
cuando todo se calla, y en nosotros
atiende el corazón!»
Pero, ¡ay qué día
el que subí desde el profundo valle
al pedregoso cerro, con peligro
trepando hasta alcanzar el alta cima!;
¡cuán divina la escena! Allí desnuda
de la montaña la imponente mole
moteada acá y allá con las ovejas,
las pardas nubes derramando sombra
en los campos de sol, en las riberas,
ya resguardadas por tupidas rocas,
ya que brillantes se entrelazan plenas
con las desnudas márgenes; ¡cañadas,
las praderas, el bosque y la abadía
y granjas de labor y lugarejos
y la indecisa aguja de la iglesia!
Aquí el Canal, las islas, blancas velas,
negras costas, colinas que semejan
ser de nube, océano sin orillas,
¡la onmipresencia en torno! ¡Dios parece
que aquí se ha alzado un templo; el mundo entero
de su vasta extensión en el contorno
parecíame imagen en pintura!
Ningún deseo al corazón henchido
me profanaba impuro. ¡Hora bendita!
¡era entonces un lujo la existencia!
¡Quieto cortijo! ¡reposado valle!
¡monte sublime! ¡ay, me fue preciso
abandonaros! ¿Era acaso justo
que mientras sangran y trabajan lejos
innúmeros hermanos, yo soñara
dejando trascurrir prestadas horas
sobre lechos de pétalos de rosa,
el corazón cobarde adormecido
con sentimientos de molicie inútil?
La lágrima caída de los ojos
de algún Howard, quedando en la mejilla
de aquel a quien levanta de la tierra,
dulce lágrima es; mas quien con rostro
impasible, algún bien me concediese
no más que a medias su servicio cumple,
porque él mientras me ayuda así me hiela,
¡mi bienhechor, de cierto, no mi hermano!
Alas aún tan frío hacer el bien merece
mis alabanzas, cada vez que pienso
en la legión de aquellos que se fingen
de haragana Piedad fácil imagen;
que suspiran pensando en la miseria
pero evitan tocar al miserable,
en deliciosa soledad nutriendo
su delicada compasión, ¡y en ella
alimentando al perezoso amor!
Me marcho, pues; voy a juntar en uno
el corazón, la mano y la cabeza,
me marcho activo y firme a la pelea,
a combatir en el combate incruento
de libertad, ¡verdad y ciencia en Cristo!
¡Mas cuántas veces tras la honrosa brega,
cuando repose a descansar mi espíritu
y a soñar en amores que despiertan,
caro cortijo, a visitarte vaya!
Tu jazmín y la rosa que asomaba
en su tallo subiendo a la ventana,
los mirtos que sin miedo se mecían
en la brisa del mar tibia y serena...
suspiraré deseos, mansión dulce,
¡mejor que tú que no la tenga nadie,
y que una como tú pocos posean! 1
[1899]
Miguel de Unamuno
1 Versión: y que una como tú todos posean!