EN EL DESIERTO
¡Casto amor de la vida solitaria,
rebusca encarnizada del misterio,
sumersión en la fuente de la vida,
recio consuelo!
Apartaos de mí, pobres hermanos,
dejadme en el camino del desierto,
dejadme a solas con mi propio sino,
sin compañero.
Quiero ir allí, a perderme en sus arenas
solo con Dios, sin casa y sin sendero,
sin árboles, ni flores, ni vivientes,
los dos señeros.
En la tierra yo solo, solitario,
Dios solo y solitario allá en el cielo,
y entre los dos la inmensidad desnuda
su alma tendiendo.
Le hablo allí sin testigos maliciosos,
a voz herida le hablo y en secreto,
y Él en secreto me oye y mis gemidos
guarda en su pecho.
Me besa Dios con su infinita boca,
con su boca de amor, que es toda fuego,
en la boca me besa y me la enciende
toda en anhelo.
Y enardecido así me vuelvo a tierra,
me pongo con mis manos en el suelo
a escarbar las arenas abrasadas,
sangran los dedos,
saltan las uñas, zarpas de codicia,
baña el sudor mis castigados miembros,
en las venas la sangre se me yelda 1,
sed de agua siento;
de agua de Dios que el arenal esconde
de agua de Dios que duerme en el desierto,
de agua que corre refrescante y clara
bajo aquel suelo;
del agua oculta que la adusta arena
con amor guarda en el estéril seno,
de agua que aun lejos de la lumbre vive
llena de cielo.
Y cuando un sorbo, manantial de vida,
me ha revivido el corazón y el seso,
alzo mi frente a Dios y de mis ojos
en curso lento
al arenal dos lágrimas resbalan,
que se las traga en el estéril seno,
y allí a juntarse con las aguas puras,
llevan mi anhelo.
Quedad vosotros en las mansas tierras
que las aguas reciben desde el cielo,
que mientras llueve, Dios su rostro en nubes
vela severo.
Quedaos en los campos regalados
de árboles, flores, pájaros... os dejo
todo el regalo en que vivís hundidos
y de Dios ciegos.
Dejadme solo y solitario, a solas
con mi Dios solitario, en el desierto;
me buscaré en sus aguas soterrañas
recio corsuelo.
Miguel de Unamuno
1 Véase la nota que a esta palabra dedica el autor en la poesía titulada «La flor tronchada»