LA HORA DE DIOS
Es la hora de Dios, sobre la frente
del mundo se levanta silenciosa
la estrella del Destino derramando
lumbre de vida.
Callan las cosas y en silencio anegan
las voces de los hombres que persiguen
su afanes huyendo del misterio
de Dios que calla.
Ya estás sola con Dios, alma afligida,
su silencio amoroso, que te escucha,
te dice: ¡Corazón, viértete todo,
vuelve a tu fuente!
¿Qué tienes que decirle? ¡Vamos, habla!
Confiésate, confiésale tu angustia,
dile el dolor de ser, ¡cosa terrible!
siempre tú mismo.
¡Oh, Señor, mi Señor; no, nunca, nunca!
¿Qué es ante Ti verdad? ¿Cómo saberlo?
¡Mejor que yo Tú me conoces, sabes
Tú mi congoja!
Si intentara mostrarte mis entrañas
mentiría, Señor, aún sin quererlo,
a tu silencio es el silencio sólo
debida ofrenda.
¡Soy culpable, Señor, no sé mi culpa;
soy miserable esclavo de mis obras;
no sé qué hacer de esta mi pobre vida;
tu voz espero!
¡Habla, Señor, rompa tu boca eterna
el sello de! misterio con que callas,
dame señal, Señor, dame la mano,
dime el camino!
Voy, perdido, Señor, ¿cómo encontrarme?
De tu mano el castigo es quien me enseña
que pequé, mas ¿en qué, dime en qué estriba
Señor, mi culpa?
Soy culpable, lo sé, mas no conozco
la culpa que me aflige y a que debo
este castigo tuyo que bendigo
por ser mi vida.
Merezco este dolor que como Padre
me mandas como a un hijo a quien deseas
hacer con los dolores todo un hombre,
todo hijo tuyo.
Acepto este dolor por merecido,
mi culpa reconozco, pero dime,
dime, Señor, Señor de vida y muerte,
¿cuál es mi culpa?
Sí, yo pequé. Señor, te lo confieso,
culpable tu castigo me revela,
mi vida sin sufrir ya no es mi vida,
mas... ¿por qué sufro?
Sufro el castigo de mi culpa y callo,
pero mira, Señor, ve cómo lloro;
¡de conocer la culpa del castigo
dame el consuelo!
¡Es tu hora, Señor, sobre la frente
del mundo se levanta silenciosa
la estrella del Destino derramando
lumbre de vida!
Miguel de Unamuno