PRELUDIO
¡Naturaleza, acógeme en tu seno!
Ave modesta, a tu abundancia pido
Sólo un rincón sereno
Donde ocultar mi nido.
El vulgar amador, sin ver el ramo,
De sus frutos colgantes le despoja;
Yo le respeto, y amo
La amarillenta hoja.
Muchos desdeñan tus virgíneas flores,
y eres esclava que les das riqueza;
No entienden los rumores,
No admiran la belleza.
¿Qué mucho que tu amor selles y escondas?
Cual hijo vuelvo a ti, no como extraño:
Con árboles, con ondas,
Converso y me acompaño.
Mire otra vez la resonante selva
Al abrir la ventana de mi estancia,
Y a entrar por ella vuelva
Tu peculiar fragancia,
Que embriaga el corazón, y al alma inspira,
Despertando sus íntimos sentidos,
Y torna de la lira
A endulzar los sonidos.
Y como nave en piélago sin olas
Sueltas las alas al amigo viento,
Con tu favor a solas
Vague mi pensamiento.
Oculto en musgo el manantial gotea,
Trina en lo hojoso el pájaro escondido;
Mi corazón desea
Tu oscuridad, tu olvido.
Miguel Antonio Caro