SONETO XIX
Soledad de los campos; dulzura de esta amena
quietud en la que todo movimiento: la brisa,
la nube, el ave, el agua, tiene la paz sumisa
de la nota que a una melodía se ordena.
De seres y de cosas fluye mística vena
de amor. A la mañana y a la tarde se irisa
el arco azul del cielo, y en cándida sonrisa
paga el dón de los campos el ánima serena.
En un vuelo de brumas, henchido de la gracia
del aire y de la luz, el corazón se espacia
más allá de los valles y del mar y del monte.
Aquí el alma se hace más ligera y más fuerte
y avanza hacia las sombras del último horizonte
llena ya del profundo silencio de la muerte.
Mario Carvajal