SONETO XVIII
Se yergue el lirio al soplo matutino del día
con la blanda dulzura de un pensamiento casto;
y sobre él, en eglógico deliquio, arquea el vasto
firmamento su urna de luz y de armonía.
Nada el gozo radiante de la hora desvía;
en ondas de esmeralda tiembla al céfiro el pasto,
y ebrio del ansia simple de las bestias, engasto
en su coro inocente la voz de mi alegría.
Todo de una divina claridad se reviste;
el valle, el monte, el río, los árboles, el viento;
hasta el cardo infecundo se olvida de que es triste.
Y en la espiga de oro que se enciende en la lumbre
de la mañana unánime, se anuncia el sacramento
cristiano, como un signo de paz y dulcedumbre.
Mario Carvajal