ANGELUS NOVUS
Para Paco Illán
Nuestros abuelos vieron agrietarse
los colores en los huertos quemados
y conocieron la paz de las ruinas
y se sintieron náufragos
de la desolación.
Ellos escucharon el grito
marítimo instándoles
a romper lazos con la luz
de una mañana gris
y repetitiva.
También nuestros padres caminaron por senderos
de zarzas añorando la contienda
de las aguas y el vuelo de alta mar
cuando las Parcas olfateaban libidinosas
el olor a deriva.
Resonaba una paz mentirosa en las ciudades
y aldeas, en campos y montañas,
y en los valles recónditos,
y las siervas elevaban santuarios
consagrados a un dios
sin edad ni razón.
Ahora nosotros vemos
cómo declina
la luz de la certeza
y el futuro es solo una altísima
mirada invocadora
cuando el azar ha borrado todas las regalías.
Y también nosotros tememos a la muerte
y su vacío,
y le plantamos cara
con el orgullo derrotado,
y soñamos una más alta invitación
sin clausura ni guardianes, deseando vestirnos
de fiesta para encender
fogatas en el corazón
de las encrucijadas.
También nosotros deseamos
despojarnos de nuestras ropas
y sentir la carnal humedad de la mar
y la llama radiosa de su savia.
Henos aquí
deseando que el frío
anuncie nuevas claridades.
Henos aquí esperando
a que concluya
el recuento de tumbas
para renegar de la usura
y compartir la exultación,
para suplicar el abrazo cómplice.
Volveremos a sentirnos vivientes,
cuando traspasemos, ebrios de mar, los umbrales.
Ser allí, en el lugar
de los ímpetus y los fragores sin guaridas,
y ser aquí,
en la extrañeza de vivir como uno solo,
sin multitudes,
próximos y remotos,
sin dirección ni alcance
y solo con el mismo
vértigo de vuelo y fuga, con la misma sed
de impotencia y plenitud que sintieron
nuestros antepasados.
José Luis Zerón Huguet