LA MIRADA ANCESTRAL

¿Qué certeza hay en la incertidumbre de nuestro origen?
¿Que somos parte de un todo que quizá solo sea
la parte de otro todo?
¿Que el poder de la muerte
nos dio la vida y nos hizo
                                           hacedores
para que nuestras semillas se expandan
con la potencia con que la primera partícula
incertidumbre comprimida se hizo añicos
de polvo y fuego?

Miramos con hambre el futuro
sin sentirnos
                        parte de su imposible
geometría.
Lo vemos pasar y huimos conél
y nos basta con mirar como fieras
enjaulados como la luz
se agita en la tiniebla
para concebir la cárcel del tiempo
y sentirnos
                    heridos
y ahogados en la disolución.

Nacer para dejar
el rastro fulgurante
de nuestro asombro.
Vivir con la naturalidad con que decimos
"somos" desconociéndonos.

Viajar allí, hasta donde no llegan nuestros ojos,
a lo irreconocible que vive en lo real,
raíz de la luz que llamamos mundo.

Abrazo de escombros y una carnal
consistencia de
                            desierto y un dócil ensueño
de permanencia.

No hay certeza, y solo rabia ante el brillo mortal
de las estrellas que gritan nuestro desamparo

¿DÓNDE LA ALEGRÍA?

Llegar por el dolor de la alegría...
¿Es posible?
¿Puede el dolor perdonarnos sus cárceles
y persuadirnos de gozar de lo
                                                     propio y lo adverso?
¿Puede un rapto de tormenta hacer
que vuelva a latir un corazón seco?
¿O acaso aun gritando y diciendo
«tengo miedo» podemos diseñar
                                                           un paraíso?
¿Quiénes somos cuando no somos?
Quizça entre montañas de escombros y basuras
consigamos rozar
el ala de un ángel
y
  alcancemos a mirar desde la confusión
la claridad aún no agotada,
desesperados
de ser y sentir
el rayo axifisiante que nos devora y alimenta.