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JARDÍN DE NIÑOS

                                    1

Abrir los ojos. Aún no hay mundo. Cerrarlos.
Ver las tinieblas prenatales. Allí
algo como un regreso al principio de todo.
Soy una amiba, un protozoario, un pez
que milenariamente va saliendo del agua. (1)
Con espasmos de asfixia me interrogo
sobre el planeta humeante.
Me adentro en tierra firme. Ya respiro.
Avanzo a rastras. Soy reptil pulmonado.
Y ahora me brotan alas: mis escamas
se han transformado sin saberlo en plumaje.

                                    2

Lo que entre sangre y de la sangre brota
no es bello ciertamente.
Como una fiera se debate, lucha
con los puños cerrados y protesta
contra quienes lo arrancan. Una cola
lo ata a su especie humana. La cercenan.
Recibe el primer golpe. La luz lo hiere.
Hierve el estruendo de este mundo.
Ahora está solo y se defiende llorando.
Cabeza deformada por el túnel
y la lucha asfixiante. El viejo monstruo
rejuvenece en horas y mañana
será tierno y hermoso.

                                    3

Desde la cuna veo llover. Se desploma
el cielo entero en un torrente sin pausa.
La tierra inerme volverá a ser del agua.
¿Voy a tocar el fondo como una piedra
o flotaré como un anfibio en las ondas?
Desciende a plomo y melodiosamente la lluvia.
Huele el jardín a recomienzo. Despierta.
El agua baja a proseguir este mundo.
Vibra el rumor que me adormece. Me duermo.

                                    4

Tinta de la memoria. Extensión ciega
de lo indecible inmemorable.
Allí no hay nada. Sólo calor sin luz.
Tal vez la angustia
de la primera noche en esta tierra.
¿Acabarán
alguna vez las sombras?
¿Volverá el aire
a iluminarse?
Llanto, llanto
de aquel recién nacido en quien renueva
sus temores la especie.
Ser a solas,
indefenso ante el mundo, el gran no-yo
y su despliegue amenazante
sobre, en torno
del que ha nacido sin palabras.
Si tienes hambre, si padeces de frío,
si te incomodan los pañales,
existes, te hallas vivo, caes en la cuenta
de que los otros te hacen falta
y no eres
centro de ningún mundo,
rueda apenas
del perpetuo engranaje,
una semilla
entre la cuna eterna que se mece insaciable.

                                    5

Generación que vas como las hojas...
como las hojas no, como las ondas
o círculos concéntricos taladrados
por la gota de lluvia en la masa de agua,
hasta que al ensancharse se hacen un todo
con el río que nunca pára
porque es distinto siempre.
Las aguas pasan,
el río sigue su curso,
sigue en su cauce.
Generación
de los nacidos entre tumbas
al resplandor
del incendio del mundo.
Tanto trabajo de las células
y en poco tiempo
ser alimento de gusanos
en grandes fosas o en las ruinas del bombardeo.
Generación
de millones de niños muertos.
La sobrevida
será para los otros muerte en el alma.
Y su tarea
dejar escrito en agua su testimonio.

                                    6

La única antorcha recibida
iluminó el entierro de sus muertos.
Desplazamientos
que por mil noches terminaron en humo.
Crujir de huesos,
rumor de casas incendiadas.
¿A quién le debo
haber estado a salvo
mirando todo
desde otra orilla?
Gran aventura
es la guerra como espectáculo,
a menos
de que uno lleve como pecado original esta culpa.

                                    7

Pero el que nace y muere solo,
        vivirá acompañado.
Madre, padre, inventores
del frágil desconocido en cuya página en blanco
la estirpe deja rasgos y rastros. Pero quién sabe
qué hará con él la vida, qué hará la historia,
qué hará consigo mismo.

Mamá y papá, como en un juego,
arrojaron la piedra cuestabajo, pusieron
la hoja al viento, llevada
por los que están aquí, por los que nacen
y nacerán mañana.

                                    8

El lactante o lechón entre dos orificios:
boquita bien dispuesta para llenarse de placer
con el líquido que lo construye y lo hace egoísta,
y la cloaca
que lo ata al suelo como globo cautivo
y le recuerda: eres también destructor
y has profanado la limpieza del mundo.
No eres un ángel
sino algo más hermoso y terrible.
Por ser humano
estás sujeto a tu grandeza y tragedia.
Que tus ojos sin color te descubran
la hermosura de esto que vives, la sordidez
de haber nacido entre la injusticia, el terror,
el microbio o bacilo que puede fermentarnos en lobos
de nuestros semejantes.

                                    9

Narciso en el estanque: hay un espejo
donde se abisma el que se reconoce.
Quién como yo,
supone el niño al observar la ficción
hecha de luz contra telones de azogue.
Si no hay piedra que rompa el maleficio
la autohipnosis embriagará a su víctima,
lo hará un tirano incapaz de ver
más allá de su ombligo mínimo,
precisamente la cicatriz
que nos señala a fuego para indicar
pertenencia al conjunto, la obligación
de ser para otros ya que somos de otros.

                                    10

Entre el amor que puede ser asfixia y produce
plantas de sombra que se calcinan en la realidad sensitivas
y el desamor que engendra monstruos dolientes,
cuál es el justo medio, cuál es el punto
donde se erigen los que deben ser seres
de verdad humanos, no caricaturas
ni proyectos abandonados.
La violencia nace en la casa, el dulce hogar
reproduce lo que hay afuera. El maltrato,
como toda crueldad, es inconsciencia
y da forma a quienes serán
los crueles inconscientes del mañana.
La sobreprotección
es un efecto del pesimismo:
si el mundo es malo
y nada hacemos por cambiarlo —se dicen—
al menos retrasemos en lo posible
la hora y fecha del pago.

                                    11
                          [Desde entonces]

Si nada sobra, nada falta: hay comida,
tienes techo, ropa limpia,
cuadernos de dibujo, libros, juguetes.
Por un azar incomprensible te tocó en suerte nacer
del otro lado de la muralla, en los márgenes.
Pero de cualquier modo no te moja la lluvia
no sufres hambre,
cuando te enfermas hay un médico; eres querido
y te esperaron en el mundo.
Son muchos
los privilegios que te cercan y das
por descontados. Sería imposible
pensar que otros no los tienen.
Y un día
te sale al paso la miseria. La observas
y no puedes creer que existan niños
sin pan, sin ropa, sin cuadernos, sin padre.
Te vuelves y preguntas por qué hay pobres.
Descubres
que está mal hecho el mundo.

                                    12

Esos días, lo rápido que pasan.
Memorias no: destellos, aerolitos
en galaxias de olvido o de invención.
Esos días
del único Adán único que tuvo para sí toda la casa,
todos los padres, todos los amores.
Hasta que el paraíso se disuelve
y entran por fin los otros:
semejantes o hermanos, da lo mismo.
No hay limbo, el purgatorio no existe:
solamente
paraíso o infierno aquí en la tierra.
En uno u otro,
no en el lugar de enmedio, no en la tierra de nadie.
Infierno si has perdido lo que tuviste, infierno
si no lo tienes, infierno
si te desvela la obsesión de perderlo,
aunque no valga nada ni sea nada: espejismo
de egolatría, disfunción
de una célula, carcoma.
Arde la tierra.
En sangre derramada arde la tierra.

                                    13

Pero el niño reinventa las palabras
y todo adquiere un nombre. Verbos actuantes,
muchedumbre de sustantivos. Poder
de doble filo: sirve lo mismo
a la revelación y al encubrimiento.
Cuando el objeto ya no está,
cuando los actos mueren
queda aún la palabra que los nombra, fantasma
de presencias que se disuelven.

Envuelto en esta herencia nos llega el tiempo,
calidoscopio
de figuras compuestas al infinito.
Los mismos vidrios
para un millón de imágenes distintas,
siempre distintas.
Ningún día vuelve, cada minuto es diferente.
En la sucesión,
en su insondable vértigo nos queda,
como hilo en nuestro camino o migaja
para volver por nuestros pasos, el habla.

                                    14

El niño tiene la intuición de que no es preciso formar
una secta aparte o sentirse
superior a los otros para hacer poesía.
La poesía se halla en la lengua,
en su naturaleza misma está inscrita.
Y sus primeras frases son poéticas siempre.
Como un poeta azteca o chino,
el niño de dos años se interroga y pregunta:
—¿Adónde van los días que pasan?

                                    15
                          (CARTILLA DE LECTURA)

EL NIÑO rompe todas las cosas de LA CASA.
Quiere adueñarse de LA CASA.
Rompe todo lo viejo que hay en LA CASA.
EL NIÑO representa LA VIDA nueva.
LA VIDA nueva está condenada a hacerse LA VIDA vieja.
Un día será como las cosas viejas que hay en LA CASA.

                                    16

Recuerdos de la infancia como el eco de un pozo.
Inquietud
de quien surge y destruye todo.
Niño que sin saberlo
quiere rehacer el mundo y, cansado
de exterminar las cosas del viejo orden,
se pone
a esculpir su utopía inconsciente: dibujos
en un cuaderno, trazos geométricos,
ciudad justa, visiones
de alguna tierra inalcanzable.
O, si no puede con el dibujo, trata
de inventar las historias que ajusten los fragmentos
del gran rompecabezas: la realidad.
Y queda al margen
de los actos. Su hacer
se añade al mundo pero no lo transforma.

                                    17

Como pedazos de estatuas rotas que desentierran
en los centros ceremoniales
son los juguetes lamentables, las fotos,
los cuadernos casi ilegibles
hallados de repente al limpiar la casa.
Estas ruinas son todo lo que perdura
de la infancia irrestituible. (La estatua
puede recomponerse;
el pasado interno
salidifica a quien se vuelve a mirarlo).
En los despojos o recuerdos por un instante
el ayer se entreabre y luego
queda cerrado para siempre.

                                    18

Ahora en definitiva es otro mundo. Aquellos años
en que irrumpimos sin saber adónde parecen
tan lejanos como el diluvio. No obstante,
prosigue la gran matanza.
Se extiende el hambre.
En el sur de América
hay campos de tortura, inmensas fosas
se abren en nuestra tierra como en Auschwitz.
El tiempo
no pasó en vano.
Se perfecciona el exterminio.
Aunque todo esto
no servirá de mucho
ante el valor humano, frente a la decisión
de alcanzar un futuro.

                                    19

Como del fondo sube una burbuja y los peces,
encadenados al acuario, horadan el tedio
en feroces o mansas coreografías, nosotros
estamos ciegos para ver más allá del gran vidrio,
del agua turbia que llamamos el tiempo.
Somos los peces de este ahora, vorazmente
        transformado en entonces;
los prisioneros reducidos a soñar un porvenir que
        otros muchos soñaron y ya es
nuestro presente miserable.
No puedo dar un paso fuera de mi acuario.
Conozco mis voraces limitaciones.
Falta el oxígeno. Las algas proliferan.
Se adensa el agua.
Hay un escape en algún lado.
Tal vez nos llegará la asfixia, tal vez muramos
sin ver el otro mundo allá afuera. (2)

                                    20
                          (Epílogo)

O somos los guijarros que expulsa el mar y caemos
en la playa que no elegimos, entre sargazos
y enere grumos letales de petróleo. Aquí está
la sequía que nombran el desierto. Es preciso
atravesarlo de sol a sol. Llegaremos
al otro mar a que nos cubra la muerte. Encretanto
el camino es la meta y nadie avanza solo
y el agua se comparte o revientas. No hay
minuto que no transcurra. Adelante.

autógrafo

José Emilio Pacheco


(1) Esto que aquí se rompe y se rehace se llama el mar

(2) Pero qué importa esa agonía.
Si te derrumbas, si te mueres
habrá otro siempre
para acabar cuanto empezaste.


«Desde entonces» [1975-1978] (1980)
IV. Jardín de niños


Voz: Armando Salgado Voz: Armando Salgado (Capítulo 16)


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