LA «Y»
En los muros ruinosos de la capilla
florece el musgo pero no tanto
como las inscripciones: la selva
de iniciales talladas a navaja en la piedra
que, unida al tiempo, las devora y confunde.
Letras borrosas, torpes, contrahechas.
A veces desahogos, insultos.
Pero invariablemente
las misteriosas iniciales unidas
por la «y» griega:
manos que acercan,
piernas que se entrelazan, la conjunción
copulativa, huella en el muro
de cópulas que fueron o no se realizaron.
Cómo saberlo
Porque la «y» del encuentro también simboliza
los caminos que se bifurcan: E.G.
encontró a F.D. Y se amaron.
¿Fueron «felices para siempre»?
Claro que no, tampoco importa demasiado.
Insisto: se amaron
una semana, un año o medio siglo.
Y al fin
la vida los separó o los desunió la muerte
(una de dos sin otra alternativa).
Dure una noche o siete lustros, ningún amor
termina felizmente (se sabe).
Pero aun la separación
no prevalecerá contra lo que juntos tuvieron.
Aunque M.A. haya perdido a T.H.
y P. se quede sin N.,
hubo el amor y ardió un instante y dejó
su humilde huella, aquí entre el musgo,
en este libro de piedra.
José Emilio Pacheco