EL EQUILIBRISTA
Entre las luces se perdió el abismo.
Se oye vibrar la cuerda.
No hay red: sólo avidez, sólo aire
a la temperatura de la sangre.
Suena el silencio.
Es invisible la luz.
Resbalan los segundos al acecho.
Y la muerte
lo toma de la mano.
Se deja conducir,
pero la ve de frente.
Y ella baja la vista y se retira.
Sabe respetar
a quien no la desdeña ni la teme.
El hombre al fin
llega al extremo opuesto.
Su pavor
se desploma en el aire.
José Emilio Pacheco